Por: Dr. Eleazar Ontiveros Paolini
POEMARIO DEDICADO AL RÍO TORBES: JORDÁN DONDE BAÑÉ MI INFANCIA Y JUVENTUD
TERCERA ENTREGA
XXII No percibo a Dios en los santuarios, Creo que podría ahogarme en el espesor de los inciensos. Lo veo en tus aguas, en tu ir de siempre, hasta la horizontalidad del lago, ansioso del acoplamiento. XXIII Un día de sol canicular, no sé cuál, pero vendrá, te tomaré de la mano y te llevaré hasta el mar, para llorar contigo cuando tu dulce se haga sal. XXIV Me reprochas que no te haya hablado de mi amor cuando acaricias nuestros cuerpos. No puedo. Algo me lo impide: nunca serán más bellas las palabras que el silencio. XXV El paraje más oscuro de tu tránsito es aquel en que los árboles no dejan ver el sol ni los suspiros luminosos de la luna. Te hacen entonces santuario de silencio húmedo, donde rezo las tristezas, los desprecios, las iniquidades y la improbidad. XXVI Desde mi ventana veo bajar con premura el río, el río que he contemplado desde que me he conocido y tengo el presentimiento de que se muere de frío. Sintiéndolo hermano mío, tomo su mano derecha y con él me voy al mar, pues no puedo soportar que además de tiritar, sangre tanto al tropezar con las rocas que se encuentra en su largo caminar. Cuando lleguemos al llano, ya tranquilo cuál remanso, como las piedras no existen y atrás se ha quedado el frío, entonaremos un canto, diciendo a todos sin mengua que ya ha cesado tu llanto. Y al fundirte con las olas y tu dulce se haga sal, me despertaré soñando como lo traje hasta el mar. XXVII Me iré… es inevitable. Me llorarás con tus arrullos y yo te lloraré con mis suspiros. Siempre has de estar donde yo esté, sintiéndonos cercanos, seducidos por la atracción mutua que se hizo perdurable. FIN.
Dr. Eleazar Ontiveros Paolini. Presidente de la Academia de Mérida