Por: Dr. Carlos Guillermo Cárdenas D.

A principios de enero de 1830, el libertador Simón Bolívar regresa a Bogotá para asistir al Congreso que había convocado con un año de antelación. Bolívar fue recibido con los honores de jefe de estado, pues seguía siendo el presidente de la Gran Colombia. La Asamblea Constituyente, que se reunía por cuarta vez en dos décadas, inició sus sesiones el 20 de enero.

Bolívar no era el mismo que en la visita anterior a Bogotá. Lucía agotado y deteriorado en su físico y en su espíritu. Las depresiones eran más frecuentes. Expresó en una de sus cartas que “Estoy buscando el momento de tribulación para terminar con esta humillante existencia”. Su vida se había tornado en un torbellino de subes y bajas. Cuando caía al fondo del abismo, las fuerzas internas permitían retornar a momentos de lucidez y esplendor.

La convocatoria al Congreso tenía entre otros, la promesa de abdicar al mando que le había concedido el propio Congreso. Al entrar al salón, una ovación de los diputados y personalidades presentes, además de pueblo, testimoniaban el afecto y admiración que aún le profesaban a la máxima figura de la Independencia de la Gran Colombia.

En un conmovedor discurso que leyó el joven general Sucre, exclamó “Disponed de la presidencia que respetuosamente abdico en vuestras manos”. A pesar de las súplicas para que se aceptase la renuncia, el Congreso la rechazó como lo había hecho en tres ocasiones anteriores.  Existía el temor que el país se derrumbara sí el máximo líder se ausentaba. Tomó la decisión de hospedarse en La Quinta donde lo esperaba Manuelita Sáenz, a unos kilómetros de Bogotá.

Se encontraba en la ruina completa. No aceptó los salarios ni los bonos que le correspondían como presidente. Sólo quería retirarse de la vida pública, su baja y su libertad los deseaba ansiosamente. Gestionó los recursos para financiarse el viaje a través del Magdalena para llegar a Cartagena y seguir por el Atlántico a Europa, sin descartar una estadía en las islas del Caribe tropical.

Mientras tanto, el Congreso trabajaba en la redacción de una nueva Constitución para la Gran Colombia, a pesar que sus estados marcaban rumbos divergentes. Ecuador hacia arreglos para declarar la independencia y el general Páez se negaba a negociar la soberanía de Venezuela (1).

(1)Memorias del general O´Leary. Daniel Florencio O´Leary, 32 Vol

El 27 de abril de 1830 Bolívar renunció formalmente a la presidencia de la Gran Colombia.  El general Flores le ofreció estadía en Ecuador. “Venga a vivir en nuestros corazones y reciba el respeto y el homenaje que merece el genio de América” le escribió el general. La sucesión de Bolívar fue motivo de diferencias en el Congreso.  El Libertador se inclinaba por el general Sucre, pero la nueva constitución estableció 40 años como edad mínima y era harto conocido que Sucre no alcanzaba esa edad. Bolívar fue pitado y rechazado en el Congreso y en la calle, el mismo Congreso y pueblo que lo había aclamado tres meses atrás. La opinión pública le era desfavorable. El imán de la figura del Libertador se había desvanecido.  Bolívar tomó la decisión de abandonar la capital. Una despedida fría le fue tributada aquella mañana en que abandonaba la ciudad capital.  

El pueblo bogotano se enardeció contra la figura del Libertador el 7 de mayo, apenas tres días después de aprobada la nueva Constitución. Sus amigos lo condujeron a abandonar el palacio y refugiarse en casa de unos de los generales aún leales. El vicepresidente Domingo Caycedo, temeroso que Bolívar fuese objeto de un nuevo atentado lo acompañó bajo el mismo techo para garantizarle la vida.

Camino al Magdalena

Bolívar se despidió de Bogotá al día siguiente. Manuelita Sáenz con apenas 32 años, en el fulgor de la vida estuvo presente en la triste despedida de aquel hombre, gloria de la América, pero que su físico y su espíritu estaban debilitados. El presidente recién elegido Joaquín Mosquera estaba ausente de la capital. El vicepresidente, en un gesto noble le hizo entrega de una carta donde le expresaba la gratitud de Colombia. La escolta del ya expresidente de Colombia apenas la componían unos pocos de generales, civiles y soldados que aún le eran leales. El embajador inglés presente en la sencilla ceremonia de despedida exclamó: “Se fue el caballero de Colombia”. Cuando el general Sucre fue a despedirlo en la casa que habitaba, ya Bolívar había marchado ruta al Magdalena (2 y 3).

(2 y 3) Murray, Simón Bolívar, 74; Lynch, Simón Bolívar, 274.

El viaje por el río Magdalena fue duro para la menguada salud del Libertador. Los 900 Kms recorridos  en la época más lluviosa hacían rudo el viaje, inundado por plagas de toda variedad, caimanes, serpientes y mosquitos.  Al fin alcanzó la costa de Cartagena los últimos días de junio. Mientras esperaba el navío que pudiese trasladarlo a Jamaica, recibió la mañana del primero de julio la dolorosa noticia del asesinato del general Sucre. “Santo Dios” exclamó Bolívar al tener conocimiento del hecho. “Si hay justicia en el cielo, que arroje ya su venganza”.

La afectación tan marcada de la salud le imposibilitaba montar o caminar cortas distancias. Que aunado a las temperaturas elevadas de Cartagena, lo trasladaron a las cercanías de Barranquilla de clima más suave y benigno. Le escribió al general Urdaneta: “Estoy tan deteriorado que he llegado a creer que me estoy muriendo” (4).

(4)Simón Bolívar a Urdaneta. Soledad. 31 de octubre 1830. SBC. IX, 345-349.

Le escribió al general Justo Briceño “que si no se reconciliaba con el Urdaneta ustedes terminarán como Páez y Santander” (5).

(5)Simón Bolívar a Justo Briceño, Soledad, 31 de octubre de 1830. SBC, IX, 365.

Luego exclamaría que “muchos generales saben ganar la guerra pero muy pocos saben qué hacer con sus victorias” (6).

(6)Simón Bolívar al general Urdaneta, Turbaco. 2 de octubre de 1830. SBC, IX, 329.

Cartagena, destino o tránsito

El primero de diciembre de 1830 desembarcaba en Santa Marta acompañado por sus amigos más cercanos, su sobrino Fernando y la servidumbre fiel compañero durante muchos años, José Palacios. También lo acompañaba Perú de Lacroix.

En el primer reporte médico del doctor Alejandro Próspero Révérend, contratado por el general Montilla para la atención del libertador, expresaba que “Su excelencia llegó a las 7 y media de la noche a Santa Marta en silla de brazos por no poder caminar, su cuerpo muy flaco y extenuado, semblante adolorido e inquietud de ánimo constante. Voz ronca, tos constante y esputo verdoso”. Le pareció la salud del libertador muy grave, con los pulmones enfermos. “No hubo tiempo para preparar un método formal, solamente se le dieron unas cucharadas de elixir pectoral preparado en Barranquilla (7).

(7)Bolívar Libertador de América. M. Arana. Ed Géminis 2019.

Días finales

El médico francés dedicó tiempo completo al cuidado y atención del Libertador en los siguientes 17 días. Consultó con otro facultativo cirujano naval de un barco estadounidense, el doctor McKnight que por casualidad estaba anclado en el puerto de Santa Marta. Describió que “la enfermedad estaba mayormente en sus pulmones y muy probablemente era tuberculosis”.

La amplia y confortable casa campestre del señor Joaquín de Mier en las afueras de Santa Marta parecía la más apropiada para el tratamiento y recuperación del honorable huésped. Grandes ventanales, con briza fresca y rodeada de palmeras y tamarindos la hacían un lugar acogedor. La dulce aroma de cañameral le recordaba las plantaciones de caña de su finca en San Mateo.  El libertador presentó una levísima mejoría los primeros días. Dictó algunas cartas y recordó a Manuelita suplicándole que viniera. Recibió al obispo de Santa Marta, a generales leales, a personas del común ansiosas de ver y venerar al hombre que les había devuelto la libertad e independencia.  

En un relámpago de lucidez le preguntó al doctor Révérend: “Usted qué vino a buscar a estas tierras?”.  La libertad respondió el médico. “¿y la encontró?” preguntó Bolívar. Sí, mi general. A lo que Bolívar comentó: “Usted es más afortunado que yo, pues todavía no la he encontrado. Vuélvase usted a su hermosa Francia pues no se puede vivir aquí en este  país en donde hay tantos hijos de puta” (8).

(8)Révérend, Relación del doctor Révérend, en DOC, XIV, 471.

La fiebre y el delirio retornaron la noche del 9 de diciembre. La mañana del siguiente día el obispo le ofreció tomar el último sacramento. No quiso aceptarlos de principio. El general Montilla le imploró que pusiera en orden sus asuntos y dictara el testamento. Un hombre que luchó toda su existencia, que se consideró el hombre de las dificultades, no estaba preparado a rendirse frente al inexorable destino de la vida. Le dictó a su escribiente el testamento, expresó que María Teresa Rodríguez del Toro era su legítima y única esposa y que no tenía descendientes. Le dejó a su servidor de por vida José Palacios ocho mil pesos; las minas de Aroa (estado Yaracuy) a sus dos hermanas; los libros de la biblioteca personal a la Universidad de Caracas y la espada que le obsequió Perú en 1825 a la viuda del general Sucre. Recibió los ritos de un humilde sacerdote indígena. Y el notario anotó sus postreras palabras: “¡Colombianos!, Habéis presenciado mis esfuerzos para plantar la libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aún mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí de que desconfiabas de mi desprendimiento. Mis enemigos abusaron de nuestra credibilidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi amor por la libertad. He sido víctima de mis perseguidores que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono. Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis últimos deseos. No aspiro a otra gloria que  a la consolidación  de Colombia. Mis votos son por la felicidad de la Patria. Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro” (9).

(9)Simón Bolívar. Proclama. Documentos para los anales, 280.

El notario procedió a leer las últimas palabras del Libertador a los militares y civiles que rodeaban el lecho de enfermo. Su facie era profundamente conmovedora. Apenas podía con esfuerzo hablar y mantener la respiración. Pero su mente tenía momentos de lucidez y vigilia para percatarse que sus palabras habían calado hondo en el sentimiento de los presentes. Sólo esperaban la hora final de aquella vida que triunfó en seis naciones. La salud continuó el deterioro lento y progresivo. El ardor al orinar lo aquejumbraba intensamente, cuyo contenido era sanguinolento. En un momento inesperado gritó: “¡José!, ¡vámonos, vámonos!, esta gente no nos quiere en esta tierra. Lleva mi equipaje a bordo de la fragata” (10).

(10)La última enfermedad, los últimos tiempos y los funerales de Simón Bolívar. Révérend. H.A Cosson,1866.

Progresivamente fue perdiendo todas sus facultades vitales, la respiración era estertorosa. La disartria o incapacidad para expresarse era ostensible. Así se fue llegando al medio día del 17 de diciembre. El alma se resistía a abandonar aquel cuerpo inerte. Bolívar exhalaba sus últimas bocanadas. El médico francés pidió a los que esperaban en la habitación continua: “Señores, si queréis presenciar los últimos momentos y postrer aliento del Libertador, ya es tiempo”. Cuando el reloj de pared marcaba la una en punto la vida del Libertador dejo de existir. Bolívar había muerto.

Bibliografía secundaria:

  • Lynch, John. Simón Bolívar. Barcelona: Crítica, 2006.
  • Madariaga, Salvador de. Bolívar. Buenos Aires: Editorial Suramericana, 1959.
  • Perú De Lacroix, Louis. Diario de Bucaramanga. Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander, 2008.
  • Polanco Alcántara, Tomás. Simón Bolívar: ensayo de interpretación biográfica a través de sus documentos. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1994.
  • Sáez Arance, Antonio. Simón Bolívar, el Libertador y su mito. Madrid: Editorial Marcial Pons, 2011.
  • Álvaro Acevedo Tarazona y Carlos Iván Villamizar, “El último Bolívar: renuncia y retiro del ejercicio del poder (1829-1830). Entre la autoridad y la legalidad”, Historia Y MEMORIA, No. 11 (julio-diciembre, 2015): 213-239.
  • Marie Arana. Bolívar, libertador de América. Capítulo XVIII El general en su laberinto. Ed. Gémenis. Julio-2019: 551-584.
  • Cartas del Libertador corregidas. Vicente Lecuna, ed., 10 vol.

* El Dr. Carlos Guillermo Cárdenas Dávila es Miembro Correspondiente Estadal de la Academia de Mérida.


Imagen de fondo: La muerte del Libertador (1833) de Antonio Herrera Toro

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