Por: Dr. Rosendo Camargo Mora

Individuo de Número de la Academia de Mérida, Sillón 14.

Me toca pronunciar el discurso de respuesta al Dr. Ricardo Gil Otaiza en su ascenso a su condición de numerario del sillón 5 de esta Institución. Enorme responsabilidad ante los quilates intelectuales que posee el Académico en ascenso y que con toda seguridad merece un vocero mejor calificado que yo.

He osado aceptar tal encargo, porque supongo que en mi desesperado y probablemente, inútil esfuerzo por elevarme  a su altura, buscaría afanosamente las palabras y pensamientos que intentaran darle una merecida bienvenida y que en tal esfuerzo, mejoraría mi bagaje intelectual.

El Curriculum que hemos oído al  leerlo la Secretaria Accidental de este acto, atestigua un manejo diario e intenso de la palabra, seguramente hace malabares con ellas, lanzándolas al aire para tejer filigranas con sus versos, o las arroja certeras en sus críticas o las sublima para que queden levitando en nuestras mentes sus narraciones y conferencias.

Es un escultor que hoy nos presentó, modelado en la arcilla de sus palabras, el discurso, intitulado:   “LA ESENCIAL HETEROGENIDAD DEL SER”, donde analiza lo prosaico y lo poético como esencialidades del mismo.

Si aceptamos como prosaico lo carente de idealidad o elevación, lo vulgar, lo insulso, quizás pudiéramos aplicar el término al comportamiento  de la gente de un hipotético pueblo remoto, extraviado en la infinitud de la soledad, de  sobrevivientes de varias causas:  desplazados de la guerra, perseguidos por la justicia, acuciados por el hambre, en búsqueda del agua del río que calmará su sed y de la fruta del árbol generoso y de la caza que brindarán alimentos propios de esa parte del mundo donde transcurrirá su vida, porque lo consideraron como un paraíso, pero que al fin y al cabo, será solo el medio donde vivirán.

Ni el bosque, por más tupido que sea, ni el río por más caudaloso y fresco que corra, ni el paisaje por más bello que se muestre, ni el clima, ni la dulzura de las frutas, ni el canto de los pájaros, aunque los califiquemos de ideales, son en sí prosaicos o poéticos. Prosaica o poética será la manera como cada uno de sus habitantes se apropie de ese entorno.

La habitantes de ese hipotético poblado, lo primero que seguramente tuvieron que encarar fue la manera de sobrevivir, labor diaria y rutinaria, que pudo quedarse en eso, en resolver las necesidades mínimas para vivir. Vivir sin religión, vivir sin emoción, vivir sin comunicación, vivir sin normas, sin risa, sin cantos, sin curiosidad………vivir sin espíritu, una existencia prosaica.

Pero si alguno, evocando  sus vivencias, placenteras o lacerantes, las cantó, recordando sus risas o enjugando sus lágrimas o musicalizó una caña de carruzo o le contó sus recuerdos al vecino o rezó en la soledad de su choza, obedeciendo  una necesidad sentida, diferente a las necesidades básicas, recordando “que  no solo de pan vive el hombre”, habría empezado a elevarse de su postración a un nivel superior, gracias a las potencialidades que da el espíritu. Bien pudiera ser que en ese  pueblo ignorado viviese uno con mayor sensibilidad que los demás y por identificación o por contraste, motivara cambios en ese poblado, o que llegara un catalizador, como el que llegó al Sogamoso  de los  Muiscas,  diferente a todos sus habitantes, de larga barba que contrastaba con lo lampiño de sus caras, de piel blanca, distinta a su piel morena, tan diferente, que obviamente, debió ser percibido como el extraño, el forastero, el desconocido, como “el Otro” que no se parece a mí, que construye un artilugio en madera  y teje el algodón, que quema su cerámica, fábrica sus ofrendas a los dioses fundiendo la tungada, que cultiva la papa, rehúye la violencia, adora al sol y la luna, tan diferente que algunos del poblado lo rechazan pero otros sienten curiosidad por conocer y experimentar su modo de vivir. O como aquel otro que enseñó a los quechuas su calendario, explicándoles que las gélidas temperaturas de esa época, eran porque el sol estaba muriendo pero con el consuelo que resucitaría al día siguiente  para reiniciar un  nuevo periplo entre solsticios y equinoccios, entre el alborozo de sus creyentes, al constatar que la vida continuaba, festejando el Inti Raymi , repetida  en un  tiempo circular. Enseñanzas nada despreciables, si consideramos que han trascendido al tiempo y al olvido, pues la mayoría de los que estamos hoy  reunidos  virtualmente, hace escasamente dos meses, festejamos las Navidades del solsticio de invierno del 21 de Diciembre del Hemisferio Norte. Tiempo de Adviento para los cristianos, durante el cual, los sacerdotes católicos, se revisten de morado, quizás en señal de duelo para celebrar las misas de los cuatro últimos domingos anteriores al solsticio de invierno del Hemisferio Norte.

Mientras el sol, aparentemente, repite su ciclo anual, nosotros con un ciclo más lento, que intenta medirse centenario, nacemos ignorantes y vamos avanzando de manos de nuestros padres, maestros y de la comunidad, adquiriendo conocimientos y herramientas para convivir con las generaciones concurrentes. Quizás seamos niños como los de aquel hipotético poblado, predominantemente incentivados por nuestras necesidades primarias y requiriendo un guía que nos despierte nuestras potencialidades espirituales, que al desarrollarse se irán a la tumba con el individuo. Iniciando un nuevo ciclo en otro ser. Por eso, quizás podríamos creer que el transcurrir de las potencialidades del espíritu es circular y no lineal.

Hoy, por los impedimentos de la pandemia,  se trasmite este acto, a través de un medio que fue puesto a nuestro servicio por las Autoridades de la Academia, en una decisión de reconocer en las ventajas de la técnica, “El Otro” para algunos, que nos permite difundir hacia todos los vientos  y hasta inimaginables distancias, el sonido de nuestra voz, lo que evidencia una de las potencialidades tecno científicas logradas por el hombre, que  con el transcurrir del tiempo, han logrado un desarrollo vertiginoso, superando toda expectativa, creciendo  exponencialmente con el tiempo lineal, disparada hacia el infinito.

Enseñado como estoy, a un discurso racional, simplificado, pero parcelado, en el cual, he limitado el horizonte a lo que parece evidente a mis sentidos, quizás llegue a conclusiones erróneas, porque como lo menciona el Dr. Ricardo Gil Otaiza en su trabajo, hemos sido  formados bajo el paradigma de la simplicidad que nos induce a pensar que el todo es igual a la suma de  las partes o lo confundimos con la única parte que visualizamos. Quizás por eso he pensado, que esa evocación cíclica al espíritu, desde  tiempos inmemoriales, en búsqueda de las potencialidades del hombre, que se repite con cada generación,  podría sugerir que su tiempo  es inmutablemente circular y de ascenso en espiral, mientras que el de la técnica, es manifiestamente lineal y exponencial.

Si al hipotético poblado, llegase alguien más moderno, no perdido en la opacidad del tiempo, que no llegó del Levante, sino escapado del cerebro de Gabriel García Márquez, como podría ser  Melquiades, el gitano honesto que trajo a  Macondo, dos enormes barras imantadas que arrastró tras de sí, y al pasar por las viviendas, atrajo los cacharros metálicos y arrancó algunos clavos herrumbrosos  de sus rústicos muebles. Observaremos que no solo se desencajaron los tambaleantes catres sino se estremecieron aquellos cerebros anquilosados por el desuso, resignados a la rutina, a lo prosaico, refugiados en su posición de confort, y  quisieron más, pues habían rescatado la esperanza que yacía ignorada en lo más profundo de sus sentimientos y quisieron conocer “Al Otro”. Por eso al despedirse, en vez de adiós, dijeron hasta luego.

A José Arcadio Buendía, hombre práctico que había trazado las calles de Macondo y traído el agua hasta el poblado, no solo le agradó la visita, sino que quiso conocer  “al Otro”, a Melquiades, el fantasioso  que encontraba en los más inútiles objetos, virtudes excepcionales y quiso ponerse en sus cotizas para ver el mundo desde otro punto de vista y desde allí mirarse él mismo, para averiguar como lo percibían.

Cito: “ José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza, y aún más allá del milagro y la magia, pensó que era posible servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra.” (CIEN AÑOS DE SOLEDAD DE GABRIEL GARCIA MARQUEZ)

Y le compró los gigantescos imanes, a pesar de las advertencias de Melquiades de que al oro no lo atrae el magnetismo. Entonces  a José Arcadio, presumo que se le tensó la cuerda de la soberbia y se dijo ¿Cómo puede saber más que yo?, ¿ O será que quiere tener ventaja sobre mí?, y se le tensó la cuerda de la desconfianza y aceleró la compra. Y cuando tuvo que hacer múltiples intentos, antes de convencerse  de la inutilidad de su adquisición, aprendió a resignarse y quizás a pedir perdón y entonces descubrió que entre sus potencialidades estaba la humildad.

Los gitanos volvieron varias veces, trayendo noticias desde todas las regiones del mundo y después que murió Melquiades, fueron otros los que llegaron:

Cito: “Hombres y mujeres jóvenes que solo conocían su propia lengua, ejemplares hermosos de piel aceitada y manos inteligentes, cuyos bailes y músicas sembraron en las calles un pánico de alborotada alegría, con sus loros pintados de todos los colores que recitaban romanzas italianas, y la gallina que ponía un centenar de huevos de oro al son de la pandereta, y el mono amaestrado que adivinaba el pensamiento, y la máquina múltiple que servía al mismo tiempo para pegar botones y bajar la fiebre, y el aparato para olvidar los malos recuerdos, y el emplasto para perder el tiempo, y un millar de invenciones más, tan ingeniosas e insólitas, que José Arcadio Buendía hubiera querido inventar la máquina de la memoria para poder acordarse de todas. En un instante transformaron la aldea. Los habitantes de Macondo se encontraron de pronto perdidos en sus propias calles, aturdidos por la feria multitudinaria.” (CIEN AÑOS DE SOLEDAD DE GABRIEL GARCIA MARQUEZ)

Gabriel García Márquez publicó su novela en 1967 y nos trasmitió el deseo de José Arcadio de inventar la máquina de la memoria para poder acordarse de todas esas invenciones, ingeniosas e insólitas. Dos años después, tres universidades norteamericanas inventaron el Internet, un poco más tarde, la corrupción encontró la gallina que ponía los huevos de oro al son de la pandereta y un mono amaestrado dictaba decretos, presumiendo que adivinaba nuestros pensamientos. Ya  hay robots que peguen botones y hemos tenido noticia de uno que toma muestras para diagnosticar el Covid, por lo contrario, muchos de los José Arcadio del mundo no han encontrado como conocerse a sí mismo, mirándose desde su exterior.

En las Universidades, en la Industria, en los Laboratorios, hay científicos que fascinados por sus realizaciones,  han pensado que sus inventos remplazarán al hombre y buscan afanosamente como darle sus atributos. Seguramente no lo conseguirán porque ese espíritu,  fuertemente entrelazado en la urdimbre donde se nutre su inteligencia, moriría si lo desplazan de su tiempo circular, en que ha girado desde la penumbra de la historia, buscando el alfa y omega de su existencia.

Hoy, el Dr. Ricardo Gil Otaiza nos recuerda que somos carne y espíritu, que tenemos necesidades básicas imposibles de olvidar porque en ellas se nos va la vida pero que junto a ellas, almacenamos potencialidades que dependen de nuestra voluntad, que de saber hacerlo, nos permitirían ascen-der a estadios superiores de bienestar. La posesión de todas  estas  potencialidades  antagónicas, prosaicas y poéticas  en un sujeto,  es lo que definen como “HETEROGENEIDAD DEL SER”.

Actualmente, nuestra familia nos educa y educamos para defenderse en la vida. Para ser capaces de solventar nuestras necesidades básicas  pero no para el uso total de nuestras potencialidades. Encausamos nuestros hijos según su vocación a ser médicos, economistas, ingenieros etc.. Encerrándolos en compartimientos estancos, con un lenguaje propio y desarticulado de las otras secciones del saber, que quizás los obligue a ser huéspedes de la torre de Babel, de tal manera que su interrelación se circunscriba a lo básico, quizás a lo prosaico.

Esa formación sectorizada, especializada, ha permitido, un avance desbordado de la ciencia y la tecnología,  desoyendo “las voces del alma humana”, como hoy lo proclama el Dr. Ricardo Gil Otaiza porque  se “sobrepuso lo cuantitativo sobre lo cualitativo”, lo que me hace dudar si todo puede transcurrir según un tiempo lineal.

Sorpresivamente, estamos inmersos en la pandemia del Covid 19 y un frenazo inesperado ha de-tenido momentáneamente, esa carrera  desenfrenada hacia la certeza y el orden. Nos ha mostrado cuan vulnerables somos: se han cercado las ciudades como en los tiempos feudales, con muros y fosos intangibles y los peregrinos pobres, cuáles nuevos lazarinos, son rechazados en sus fronteras y aún los ricos, deshuesan sus aviones y  trasatlánticos. La medicina psicosomática duda del diagnóstico computarizado y la industria parece volver su vista hacia el  cambio climático y en todo entorno  se duda sobre las metas a seguir. Y en ese claustro universal, el hombre temeroso, medita. Quizás el péndulo de la historia se mueve hacia un renacimiento, hacia un nuevo giro del espiral  que rige el tiempo del espíritu, que en vez de avanzar, se eleva.

Hace un mes, cuando se reabrieron las sesiones de la Academia de Mérida, su Presidente, el Dr. Eleazar Ontiveros nos dirigió el mensaje de bienvenida del que he seleccionado este párrafo que a mi entender está muy acorde con el tema de hoy:

 “que exista  una potencialización de la vida espiritual de cada uno de nosotros  de manera que podamos conocernos más a nosotros mismos y ser también en los demás y los demás sean en nosotros”.

Doctor Ricardo Gil Otaiza,  ha sido un honor para mí el dirigirle estas palabras  en el acto donde tomará posesión del sillón número cinco de esta Academia que le corresponde por su tiempo en la Institución, especialmente meritorio en su caso por la dedicación con que ejerció los cargos directivos de la misma y el brillo de sus intervenciones. Permita  significarle el beneplácito que sentimos todos los miembros de la Academia de Mérida, por esta promoción y manifestarle nuestro deseo de continuar disfrutando de sus  interesantes reflexiones para tratar de  tensar  la urdimbre de nuestras potencialidades.

Señores

Rosendo Camargo Mora

17 de febrero del 2021.

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