Por: Dr. Ricardo Gil Otaiza
Discurso pronunciado en la Academia de Mérida durante la Sesión Solemne de Incorporación y Juramentación de la Nueva Junta Directiva para el periodo 2020 – 2021
Entre mi amor y yo han de levantarse
trescientas noches como trescientas paredes
y el mar será una magia entre nosotros.
No habrá sino recuerdos.
Oh tardes merecidas por la pena,
noches esperanzadas de mirarte,
campos de mi camino, firmamento
que estoy viendo y perdiendo…
Definitiva como un mármol
entristecerá tu ausencia otras tardes.
Despedida
Jorge Luis Borges
(en Fervor de Buenos Aires)
No vengo a dar un discurso, ya no queda tiempo, vengo a despedirme. Cuatro años son ya una vida, y ella resume aprendizajes, experiencias, decisiones, sinsabores, amistades, disfrute…en fin, momentos que van a dar al mar de la existencia. Créanme que puse todo mi empeño físico, intelectual y espiritual para estar a la altura de las exigencias del cargo, en medio de las grandes vicisitudes conocidas por ustedes, pero todo lo que se hizo (mucho, por cierto) forma parte del pasado, el futuro es fantasmal y solo nos queda el espacio del ahora o del presente: bastante, por cierto, si consideramos lo crucial de una fracción de segundo en nuestras vidas, que dirime el estar acá o en la otra orilla.
El Ricardo que hoy les habla no es ni por asomo el mismo de hace cuatro años. Me miro al espejo, releo mis escritos, reviso mis libros, veo los espacios vacíos de mi casa (antes plenos con mi esposa y con mis hijas), y me viene a la mente aquella celebrada frase del mundo antiguo, y que suelo recitar en mis clases: “En los mismos ríos entramos y no entramos, [pues] somos y no somos [los mismos]», de Heráclito de Éfeso. Nunca antes había corroborado con tal precisión su dolorosa sabiduría. Todo lo que era mi mundo para entonces (familia, trabajo, relaciones, intereses), ya no lo es. Y creo que a muchos venezolanos (millones, tal vez) nos pase lo mismo. En mi caso particular me he dado a la dura tarea de cerrar procesos, de atar cabos sueltos, de recoger velas, de prepararme, como lo hacían nuestros antepasados ante la inminencia de un viaje, frente a lo imprevisto. Y aquí estoy. La Academia de Mérida entra en mi inventario.
Celebro que nuestra institución de manera sabia cierre el paso a la perennidad en la presidencia. Eternizarse en una posición de relevancia puede tener como consecuencias distorsiones y enquistamientos, que a la larga terminan por causar profundos daños y quiebres imposibles de zanjar. Como persona formada en el área de la gerencia en las organizaciones, conozco desde la episteme las múltiples variables que hacen sinergia cuando se produce la alternabilidad en los cargos, lo que trae consigo nuevas ideas y nuevos procedimientos, que como bucles recursivos redimensionan la cultura de toda organización y la empujan sin dilación hacia horizontes de desarrollo y prosperidad.
Me voy de la presidencia de la Academia de Mérida con la certeza de haber hecho lo que me correspondía hacer. Por experiencia sé que la toma de decisiones (que es una rama de las ciencias gerenciales) satisface a unos, pero también trastoca los intereses de otros. He allí su riesgo. Casi nunca se alcanza la media porque la mente humana gusta, disfruta y sufre también por los extremos. Pero, independientemente de esto, y para evitar mayores conflictos, se optó siempre por la denominada institucionalidad, a la que nos aferramos con todas nuestras fuerzas. Entendiéndose por institucionalidad, una actuación apegada a lo que establecen los instrumentos legales y a lo que plantearon los fundadores como los objetivos y fines de la organización. Sin sopesarse si favorecía a tirios o a troyanos, las decisiones, que siempre fueron colectivas al emanar luego de discusiones y debates en la Junta Directiva o en la Asamblea, estuvieron orientadas a preservar la preeminencia e independencia de la institución. En definitiva, era nuestra obligación hacerlo, porque así lo habíamos jurado cuando nos posicionamos de los cargos.
Soy de los que defienden a ultranza el carácter plural, multidisciplinario y transdisciplinario de la Academia de Mérida, en la que pueden hacer vida, en perfecta sincronía y complementariedad, disímiles tendencias políticas, intelectuales, científicas, artísticas, credos y religiones. De hecho, entre sus miembros hay opositores y oficialistas, intelectuales y artistas liberales, o adscritos a escuelas y corrientes, y en el aspecto religioso hay cristianos católicos en su mayoría, pero también agnósticos y quizás ateos. En su momento insistí con fuerza (y lo haría de nuevo) en la inconveniencia de que nuestra institución fuese llevada a convertirse en una suerte de vocero de la oposición, por ser la mayoría de sus miembros opositores. Lo que no impidió que la Academia de Mérida levantara su voz de protesta en reiteradas oportunidades ante las graves circunstancias políticas, económicas, sanitarias, educativas, morales y sociales del estado y del país, por medio de comunicados suscritos por la Directiva y publicados en el Blog de la Academia, en los medios y en las redes.
En otro orden de ideas, quiero expresar el agradecimiento que tengo para con mis colegas de la Junta Directiva (doctores: Eleazar Ontiveros, Primer Vicepresidente, Adelis León Guevara, Segundo Vicepresidente, Rafael Prado Pérez, Secretario, Fortunato González Cruz, Tesorero, Jonás Montilva, Bibliotecario, José Manuel Quintero Strauss, Relaciones Interinstitucionales, Roberto Ucar Navarro, Primer Vocal e Hildebrando Rodríguez, Segundo Vocal), por todo su esfuerzo, compañerismo y amistad. Ellos fueron en todo momento, solidarios, empáticos, responsables, conscientes de sus relevantes papeles, y ganados siempre a dar respuesta oportuna a las situaciones planteadas. Todas las decisiones en el seno de la Directiva fueron tomadas por consenso y, cuando no lo hubo, echamos mano de mecanismos argumentativos que nos permitieron ganarnos la voluntad de todos, sobre la base de razones, jamás de imposiciones. Por fortuna, al haber sido por consenso en las dos gestiones, no tuvimos que vérnoslas con votos negativos ni con votos salvados, que de alguna manera horadan la armonía y la amistad.
Manifiesto un especial agradecimiento al personal profesional, administrativo, técnico y obrero de la Academia de Mérida, y de la Casa de los Antiguos Gobernadores de Mérida, ya que sin su pasión y entrega nuestra labor hubiese sido imposible. Doy fe del compromiso de toda esta bella gente, de su sentido de pertenencia, de su competencia y solidaridad humana. Agradezco al Lic. Ramón Sosa Pérez, Director Ejecutivo, primero por brindarme una amistad honesta y sincera, y además por todo el apoyo prestado a la presidencia y a la Junta Directiva en la conquista de los objetivos que nos planteamos desde el inicio de la gestión. De igual forma, a la Sra. Miriam Reinosa, Asistente de la Dirección Ejecutiva, a la Lic. Milanyela Dávila, Jefe de Presupuesto y Contabilidad, a la Lic. Glaymar Sánchez, Jefe del Departamento de Administración, al Sr. Alejandro Ramos, Diagramador, a la Lic. Lorena Lacruz, Bibliotecaria, y al Sr. Elvis Dávila, Mensajero. También a la Lic. Anyxzi Caribay Peña, Directora de la Casa de los Antiguos Gobernadores de Mérida, y a todo su personal, con quienes trabajamos de manera estrecha para consolidar las metas.
Me voy del cargo con la plena convicción de que entrego el pebetero a un gran hombre, con una sólida experiencia, quien, de regreso de los caminos de la vida, se erige en un punto de encuentro de voluntades y de afectos. Me refiero al Dr. Eleazar Ontiveros Paolini. Sé que sus manos son firmes y que la institución recorrerá los caminos que tenga que recorrer en lo sucesivo con su inigualable guía y sapiencia. Le deseo lo mejor en esta elevada responsabilidad que hoy inicia (y también al resto de los colegas que conforman la nueva directiva, en especial a quienes se incorporan a ella, doctores: Luis Sandia Rondón, Primer Vicepresidente, Christi Rangel, Tesorera y Janne Rojas Vera, Segundo Vocal), y hago votos por el éxito de sus sueños, que son los de todos los que amamos a la Academia de Mérida, a la entidad y al país.
Mi adiós no es con nostalgia, ni congoja, ya que gané experiencia y muchos amigos durante estos años, y ellos me hicieron sentir su afecto y sinceridad. Lamentablemente, hubo algunos desafectos también. No obstante, si hoy tuviese que tomar las decisiones que llevaron a eso, no vacilaría en levantar la mano si la conciencia así me lo exige (mi padre solía expresar que no hay peor cárcel que la de la conciencia y, por fortuna, la tengo tranquila). El tiempo, que es el mayor árbitro de las actuaciones humanas, tendrá la última palabra. En todo caso, si por error humano (acción u omisión), falencia e inadvertencia de mi parte (jamás premeditación o intencionalidad), molesté o herí a alguien, le presento mis sinceras disculpas. En la vida estamos y nadie pretenderá ser perfecto.
Me llevo también la experiencia ganada, lo que aprendí tratando de entender la complejidad humana. La Academia de Mérida es una gran institución, pero como toda organización adolece de defectos y de máculas (que entran en el llamado ego organizacional), que no son imputables a ella, per se, obviamente, sino a quienes la conformamos. En este sentido, todos y cada uno de sus miembros tenemos que hacer un ejercicio de introspección, para dejar de lado ciertos antivalores que se cuelan y que debemos erradicar con humildad y sencillez, y así entender que no somos los dueños de la verdad, que la verdad es compartida y dialógica, que no tenemos la última palabra, sino que es buena la concertación y los acuerdos, que somos pares académicos y que nadie está por encima del otro para imponer su criterio y su voluntad, que vivimos en un mundo cambiante, en el que la dinámica nos obliga a ponernos al día para no ser unos analfabetos funcionales anclados a un inexistente pasado. Que somos, en definitiva, seres humanos con defectos y virtudes (a lo mejor más de lo primero que de lo segundo), pero perfectibles a la vez, y que una de nuestras tareas en este convulso mundo, y en el breve espacio que se nos otorga al nacer, es el despertar espiritual que nos conmina a ser mejores personas. Y tenemos que serlo ya, en el ahora y con premura, porque se nos agota el tiempo.
Estimados académicos, deseo finalmente expresarles mi agradecimiento por haber depositado en mi persona su confianza para dirigir los destinos de la Academia de Mérida en dos oportunidades. Les confieso que me sentí muy honrado por esto. Ahora que lo pienso soy el primer hijo de la ciudad de Mérida, nacido en el antiguo Instituto Maternidad de Mérida (hoy Camiula), que preside esta institución. Todo un honor. Espero no haberlos defraudado a ustedes ni a la entidad. En el más allá mis padres me bendicen y mi esposa y mis hijas a la distancia se unen a mi alegría por el cierre de este proceso, y por esa grata sensación del deber cumplido. ¿Pudimos haber hecho más? Sin duda, pero se hizo lo que se pudo en tan severas circunstancias, y hoy el barco llega incólume y fortalecido al puerto a pesar de las tormentas, y dispuesto a volver a zarpar. Creo que no es poco pedir al Altísimo.
Decir adiós no es fácil, pero no hay otra forma de despedirse. Nos vemos en los caminos de la vida, y hago votos por la felicidad de todos ustedes y de sus familias, de la institución y de nuestra muy amada Mérida. Quizá pronto me vaya de la ciudad, pero como lo expresó el poeta gaditano Rafael Alberti en su texto El Regreso, diré: “Sé que todos tus cielos también me pertenecen…”. Ustedes y la ciudad serrana se irán conmigo, no tengo otra opción.
¡Muchas gracias!
Dr. Ricardo Gil Otaiza, Presidente de la Academia de Mérida (2016-2017; 2018-2019).