Por: Dr. Álvaro Sandia Briceño
Discurso de Orden pronunciado en la Sesión Solemne del 8 de septiembre de 2021 como Homenaje al Dr. Mario Spinetti Berti, fundador y expresidente de la Academia de Mérida.
La justicia es una de las cuatro virtudes cardinales que inclina a dar a cada uno lo que le corresponde. Considero que esta sesión solemne es un acto de justicia. Mario Spinetti Berti fue fundador de esta Academia de Mérida y ocupó, por sus muchos merecimientos, el Sillón 21 como Individuo de Número entre sus constituyentes. Fue el segundo Presidente, reelecto durante seis períodos consecutivos, siempre por unanimidad de los académicos. Si justicia también es dar a cada uno lo suyo, según acepción que nos viene desde el derecho romano, vere dignun et iustium est que estemos honrando a este ilustre médico, científico, académico, diplomático, humanista y gastrónomo, con motivo de haberse cumplido el 8 de mayo de 2020 el centenario de su nacimiento en la Isla de Elba.
No fue posible celebrar la sesión solemne en la oportunidad más inmediata a esa fecha como estaba programada, pero hoy la Academia de Mérida cumple con un deber de equidad y justicia y así quiero reiterarlo y dejar constancia ante los aquí presentes. Agradezco a la Junta Directiva que me haya designado orador de orden en esta sesión solemne en que honramos al Dr. Mario Spinetti Berti. Es un homenaje más que merecido. Honrar, honra. Le doy las gracias a Beatriz Spinetti de Valecillos por el libro y el CD que recoge los Recuerdos de su padre y que recopila documentos, tarjetas, diplomas, discursos y fotos familiares, de verdad fue realizado con amor filial, y a María Cristina Spinetti Terán, mi querida Kika, por su valiosa colaboración para corroborar muchas de las informaciones contenidas en estas páginas. A mis hijos Rafael Eduardo, María Alejandra y María Gabriela y a mis nietos Natalia, Grecia, Santiago, Arianna y José Guillermo, por su ayuda y tiempo en la computadora para escribir estas notas sobre el biografiado, y a mi esposa Isbelia por su paciencia en los días en que en plena cuarentena me perdía entre libros y papeles en mi biblioteca tratando de organizar estas páginas, mientras se me requería para otros menesteres caseros, menos gratos para mí. Aquí estamos. Alabado sea el Señor.
MARIO SPINETTI BERTI
“Cabalgad,
Cid, el buen Campeador,
Que nunca en tan buen
punto cabalgó varón;
Mientras que vivieres todo saldrá a tu favor”
CANTAR DE MIO CID
I – LA ISLA DE ELBA – NACIMIENTO
Mario Spinetti Berti nació el 8 de mayo de 1920, a la una de la madrugada, en la Isla de Elba, Reino de Italia, en San Piero in Campo, un pueblo de la Toscana, en el sitio llamado Campagna Grota. El pueblecito es alto y empedrado, recostado a las estibaciones del Monte Cappana que se comunica con Marina di Campo por un abrupto camino y está situado a 227 metros sobre el nivel del mar. La historia del pueblo es antigua y se remonta a los tiempos de Octaviano, el hijo de Julio César. Desde sus calles se dominan las suaves planicies y el maravilloso Golfo de Campo nell’Elba. Los astros ubican el nacimiento del niño Mario bajo el signo de Tauro. Pronto sería bautizado en la iglesia de San Nicolò, de arquitectura románica y dedicada ai santi Pietro e Paolo, ubicada frente a la Piazza di la Fontana, por sus padres Ruggero (o Roger como se le conoció en Mérida), nacido el 3 de mayo de 1893 y María Berti, nacida el 18 de septiembre de 1893, en Campo nell’Elba, Provincia de Livorno, quienes se habían casado el 1º de abril de 1918 en la misma población.
Laisla de Elba tiene una superficie de 223 kilómetros cuadrados. A comienzos del siglo XX la integraban tres aldeas y la habitaban algunos millares de habitantes. Se encuentra aproximadamente a 50 kilómetros de Córcega, donde Napoleón vio la luz primera. También sería el primer destierro del Gran Corso.
II – INFANCIA Y JUVENTUD
Roger Spinetti y su esposa tenían una vida muy tranquila en la isla de Elba. Las ocupaciones de los viñedos por parte de Roger y las domésticas de María no daban tiempo para pensar en la historia de la isla. Mario y Sonridea, nacida el 31 de mayo de 1925, los pequeños hijos, sufrían los quebrantos propios de la edad para preocupación de los padres. María Luisa Speranza, Esperancita, la menor, sería la única venezolana y merideña de la familia Spinetti Berti, nacería en 1931.
En la isla las casas son modestas, con pocas mesas y sillas de madera y sencillas camas de hierro, con un depósito de agua en el piso superior para garantizar que fluya constantemente, otras tienen estufas para calentarlas. Napoleón, durante su exilio en Elba, había obligado a construir y utilizar letrinas. Casi todas tienen un terreno dedicado a los animales domésticos, gallinas, patos y conejos, con árboles frutales y cultivos de legumbres y hortalizas para las necesidades de la casa.
Los habitantes seguían aferrados a sus costumbres ancestrales, cuidando los castaños, cultivando uvas, sembrando olivos, recogiendo patatas, criando ovejas y produciendo leche y queso; otros están ocupados en las minas, los más en sus barcos dedicados a la pesca, abundante en la zona, y otros entregados con entusiasmo al comercio entre los puertos de la isla y los de tierra firme. Eran gentes serias, honestas y trabajadoras. La misa dominical y el rezo del rosario en familia eran raizales. Eran católicos, apostólicos, romanos, pero sobre todo, elbanos.
En 1918 y en los años siguientes las consecuencias de la Primera Guerra Mundial se sintieron en Italia y también en las islas cercanas, entre ellas la de Elba. Italia con 600.000 muertos y 1.000.000 de heridos entre ellos 220.000 inválidos para siempre, había entregado su cuota de sacrificio en esta contienda bélica. Roger Spinetti fue un valioso combatiente en esta la llamada Gran Guerra. El país se recuperaba con dificultad de los estragos sufridos. No había voluntad ni unión para afrontar la tan necesaria reconstrucción. Había una especie de resequedad del alma, tristeza y mucha miseria. El entusiasmo había decaído. No se avizoraba un futuro mejor.
Dice Jasper Ridley en su biografía sobre Mussolini: En las elecciones que se realizaron en noviembre de 1919 en Bolonia y Ferrara, los socialistas habían logrado una mayoría abrumadora. Los ayuntamientos socialistas eliminaron la bandera nacional tricolor de las sedes comunales y enarbolaron en su lugar la bandera roja. En Ferrara trasladaron el día semanal de descanso del domingo al lunes y alentaron a las familias a que no bautizaran a sus hijos con los nombres del santoral católico y les pusieran en cambio nombres adecuadamente socialistas como Ateo, Espartaco, Lenin y Rebelión.
Ese era el panorama que desde la isla de Elba podían avizorar, a la distancia, Roger y María Spinetti. Los cultivos también se habían venido a menos. La filoxera siempre era un peligro. Era tiempo de pensar en el futuro tanto de ellos como las de los niños Mario y Sonridea y de los demás que pudieran nacer. Había la posibilidad de emigrar, pero ¿a dónde? ¿a otra parte de Italia? ¿a la misma Europa si todo estaba tan convulsionado como su propia nación? Habían recibido noticias de otros paisanos de que había un pequeño país, allá en la lejana Suramérica, llamado Venezuela, en donde serían bien recibidos y con posibilidades de reiniciar sus vidas, todavía en plena madurez. Tenían ideales y proyectos.
Roger Spinetti adelantó su viaje y se vino para otear y despejar el horizonte. Ayudado por su esposa María hizo baúles y maletas y se despidió de sus vecinos y familiares, dejándola a cargo de los hijos, de la casa y de los viñedos. Tomó el pequeño vapor en Portoferraio rumbo a Génova y allí abordaría el barco que lo llevaría a ese mundo desconocido, pero promisor. Fueron días de días en alta mar, tan largos los días como las noches, pero tenía fe en que la Madona de la ermita de Giove no lo podía abandonar en la aventura que iniciaba y una mañana, con los primeros rayos del amanecer, avizoró a la distancia unas casas, más bien, unas casitas que parecían pegadas a los cerros que refulgían con la luz del sol tropical. Estaba en La Guaira, ese puerto casi artesanal tan distinto al de Génova de donde había partido. Se abrazó de alegría con los otros pasajeros por el feliz arribo y se dispuso a cumplir los engorrosos trámites aduanales.
Una vez en tierra tuvieron que hacer gestiones para ir cada uno a sus destinos finales. Roger tenía que llegar a Mérida, una pequeña ciudad que, según les habían informado los paisanos, tenía unos pocos miles de habitantes, estaba enclavada a los pies de una sierra nevada y rodeada de cuatro ríos, había obispo y universidad, y era calurosa y cordial en el trato de sus gentes pese al frío y a las lluvias que formaban parte consustancial de la recoleta urbe.
III – MÉRIDA
Después de largas jornadas de mucho andar, de atravesar ríos, llanos y montañas por caminos de herradura, Roger Spinetti llega en el año 1925 a Mérida. Sus comienzos son modestos pero con la ayuda y apoyo económico de su pariente Atilio Dini, instala un fondo de comercio un Negozio di Merci in Generale en la esquina de La Torre de la Plaza Bolívar. Se dedica a la compra y venta de café para la exportación, se ocupa de telas, zapatos, sombreros Borsalino, quincallería y de artículos de ferretería, y de otros productos nacionales e importados. Trabaja duro y se hace conocer. Se relaciona con el paisanaje italiano y con los vecinos del lugar. Cuando ya se siente más tranquilo y económicamente estable, escribe a la esposa para que prepare el viaje con los hijos.
María repite la ruta de Roger de Portoferraio a Génova, se embarcan en la motonave Virgilio, tocan en los puertos de Barcelona y Tenerife y después de 14 días, llegan a La Guaira y de allí a nuestra ciudad por la casi recién estrenada Carretera Trasandina y cuando por fin divisan a Mérida, el 3 de septiembre de 1928, en una hermosa tarde merideña, la espera el ansioso marido. Mario tiene ocho años y Sonridea cuatro.
Por fin están todos en Mérida, la prometida y lejana ciudad de la sierra nevada y de los cuatro ríos, la sinfonía verde, como la llamó Julio Sardi. Es pequeña, tranquila y ordenada, con casas de teja, amplios solares, calles irregularmente pavimentadas, con un alumbrado compartido entre las empresas Parra y Picón. Cuna de letrados y escritores, de levitas y ciudadanos ilustres, con un pasado cultural reflejado en libros e infolios. Sus habitantes son laboriosos y de espíritu generoso. La vida de los profesores de la universidad se desarrollaba entre cuadernos, libros y papeles y eran asiduos en el estudio, constantes en la investigación, serenos y reflexivos. Se podría repetir la frase que el viajero Depons estampó en su libro Viaje a la parte oriental de Tierra Firme al referirse a la ciudad de Santiago de los Caballeros: Se distinguen los blancos de Mérida por la franqueza, la precisión espiritual y el amor a la literatura.
El apellido Spinetti no era extraño en la ciudad y sus cercanías. Le había precedido su pariente Atilio quien se había avecindado en Ejido, había formado familia y vínculos comerciales. La comunidad elbana en los andes venezolanos, sobre todo en Mérida y Trujillo, se había extendido: Braschi, Berti, Provenzali, Consalvi, Carnevali, Pardi, Lupi, Burelli, Paparoni, Bottaro, Valeri, Miliani, Anselmi, Sardi, Orsolani, Paoli, Adriani, Mazzei, Poggioli, Masini, Dini, Garbati, Ferrigni, eran apellidos habituales en el trato con los andinos. Pellegrino Carnevali nacido en la Isla de Elba, fue el primer italiano en asentarse en Mérida, en 1837, y su descendencia ha ocupado y sigue ocupando lugares prominentes en lo político, económico y social.
En 1929, Roger Spinetti sufre los embates, aquí en Mérida, de la crisis de Wall Street, cuando los mercados bursátiles colapsaron. Como todos los compradores y exportadores de café de la zona de los andes, fundamentalmente de los estados Mérida y Táchira, la situación de la bolsa neoyorquina repercute en forma notoria. El café que con tanta ilusión habían exportado por los puertos de La Ceiba y Encontrados para ser llevado a Maracaibo y de allí a Nueva York y Hamburgo, no les fue pagado. Las firmas importadoras extranjeras se declararon en quiebra.
Roger y María se preocupan ante la inesperada situación. Tenían que reinventarse. Con fe y optimismo deciden y piensan en otro tipo de negocio. Tienen el ánimo suficiente, además hay dos niños que empiezan a crecer y deben educar. Alquilan una casa frente a la Plazoleta Colón para montar un pequeño restaurant. Roger se ocupará ayudado por su esposa de la cocina donde ofrecerá especialidades de su tierra de origen y servirá las pastas en el punto justo de cocción al dente y el joven Mario, de delantal y gorra, atenderá en sus ratos libres a los clientes, casi todos conocidos. También se venderá pasta de pura sémola, a bolívar la libra, y vino proveniente de su propiedad en la Isla de Elba, traído en toneles, a Bs 3 la botella. Instalan un pequeño hospedaje que denominan Pensione Italiana.
Desde Marco Polo, a quien se atribuye haber traído los spaghetti desde la China y pese a los testimonios de Suetonio, Plutarco, Apuleyo y Petronius quienes afirman que desde el imperio romano la pasta era conocida en lo que ahora es Italia, lo cierto era que Roger tenía que hacer honor a la culinaria de la bota itálica, y más ahora que la situación económica apremiaba, y así los agnolotti, bucatini, cannelloni, cappelletti, farfalle, fettucine, lasagne, linguini, macceroni, ravioli, rigatoni, tagliatelle, tortellini, vermicelli y los singulares spaghettis, llegaron a formar parte habitual de la mesa de los merideños, quienes acudían a sentarse en los manteles recién planchados por Doña María, eso sí, con pastas de elaboración casera, aunque en Mérida el italiano Fortunato Favreba había instalado una fábrica de pastas italianas en 1889 y posteriormente Mario Valeri creó la fábrica de Fideos Excelsior; luego se fundaron las de Bartolomé Nucete y las de Julio y Carlos Sardi y algún tiempo después en Tovar la de Wenceslaa de Citraro, tal y como refiere Rafael Cartay en La Mesa de la Meseta, por lo cual ya los merideños estaban acostumbrados a disfrutar de estas delicias en sus diferentes presentaciones.
IV – ESTUDIOS – DOCENCIA
Mario era un niño travieso e inquieto y hacía amistades con facilidad, aprendió el idioma español prontamente y lo hablaba con propiedad no sin dejar de intercalar alguna palabra de su lengua de origen para desconcierto de sus pequeños interlocutores. Su padre lo reprendía cuando era necesario: Catire, no ti meti in vainas, le decía con frecuencia cuando se enteraba de alguna trastada del intranquilo muchacho, otras veces era la madre quien intentaba castigarlo y entonces el padre acudía en su defensa: al bimbo non si toca.
Apenas al llegar a Mérida y a los ocho años de edad, fue inscrito en el Colegio San José de los padres jesuitas y se convirtió en uno de sus más aventajados alumnos. Lo llamaban Il Bimbo, como sus padres, y a su vez él se refería a los compañeros de clase, en su idioma original, como bambino o bambinos. De ese apelativo deriva el nombre Bambinos con que se conoció después a los más jóvenes, a los niños, en el Colegio, como refería su compañero de estudios Néstor Briceño Paredes.
Con sus compañeros y siempre bajo la guía de uno de los padres jesuitas, hizo excursiones a la sierra nevada y llegó hasta el Glaciar Los Timoncitos como integrante del Centro Excursionista del Colegio San José, porque para sus preceptores era importante fortalecer tanto el cuerpo como la mente y el espíritu. Compartió las actividades deportivas, especialmente el futbol, y no podía ser de otra manera ya que los jesuitas del Colegio San José eran casi todos de origen vasco y furibundos fanáticos del Atlético de Bilbao cuyos colores, camiseta rojiblanca y pantalones azul oscuro, era el uniforme oficial del equipo en los torneos estadales.
En el acto de premiación organizado por el Colegio, al finalizar el año escolar, Don Roger y Doña María, orgullosos, prendían en el pecho de su hijo Mario las numerosas medallas que por su conducta y aplicación se había hecho acreedor. Se ganó, durante muchos años, el premio Excelencia al mejor estudiante de su curso. Sus compañeros de estudio, especialmente César Paredes Briceño, Chichí, su amigo de toda la vida, así lo recordaba: Mario fue el primero de todos los alumnos, con frecuencia lo consultábamos para que nos explicara algo que no le habíamos entendido al profesor.
En el año 1938 se graduó de Bachiller en Filosofía con notas sobresalientes. El Diploma le fue otorgado por la Universidad de Los Andes, como lo establecía la Ley de Instrucción Superior promulgada el 30 de junio de 1915.
En ese año y en los siguientes Mérida no cambiaría mucho. Era una ciudad de 12.000 habitantes distribuida en ocho calles longitudinales y veintitrés transversales con siete plazas dedicadas a sus héroes nacionales.
En ese año 1938 el joven bachiller Spinetti Berti se inscribió en la Facultad de Medicina de nuestra Universidad de los Andes. Es de estatura más que mediana, cuerpo esbelto con tendencia a engordar, tez blanca, cara redonda, cejas semipobladas, labios y nariz finas, con un pequeño lóbulo en el pabellón de la oreja izquierda, ojos azules de mirada suave pero decidida y cabello claro que con el tiempo daría paso a una incipiente calvicie.
En el año en que inicia sus estudios la Universidad estaba integrada por tres Facultades y dos Escuelas alojadas en el mismo edificio, con 38 profesores, 260 estudiantes, 4 bedeles y un presupuesto mensual de 37.182 bolívares.
José Humberto Ocariz, escribiría años después: La ULA de finales de la década de los treinta…era una pequeña comunidad de profesores, estudiantes y empleados en la que todos nos conocíamos por nombres y otras particularidades, allí Spinetti Berti hizo una entente cordiale con quienes fueron sus compañeros de clase hasta culminar los estudios como médicos cirujanos: César Paredes Briceño, José Humberto Ocariz y Hugo Murzi Matamoros.
La dedicación al estudio y las brillantes notas obtenidas por el estudiante Spinetti Berti, hicieron que sus profesores lo distinguieran y prontamente fue nombrado Preparador de la cátedra de Fisiología por el Decano de la Facultad Dr. Antonio Parra León.
Para el año 1938 en que inicia los estudios universitarios, el Rector era el Dr. Manuel Antonio Pulido Méndez, Vice Rector el Dr. Abdón Vivas y Secretario el Dr. Joaquín Díaz González, el Decano Presidente de la Facultad de Medicina el Dr. Antonio Parra León y Secretario el Dr. Eloy Dávila Celis.
La Facultad de Medicina de nuestra Alma Mater tenía magníficos profesores: Antonio José Uzcátegui Burguera, Antonio Parra León, Eloy Dávila Celis, Augusto Gabaldón Parra, Pedro Guerra Fonseca, Víctor Zamorani, Juvenal Curiel y el joven Joaquín Mármol Luzardo, recién ingresado, quien dictaba la cátedra de Patología Quirúrgica. El rector Pulido Méndez era Profesor de Fisiología y Patología General. Las materias prácticas del último bienio se dictaban en los espacios del Hospital Los Andes donde los alumnos se iniciaban en el contacto con el más importante de los elementos de estudio: el enfermo.
El Hospital Los Andes, este elegante y vasto edificio que ocupa la manzana entera comprendida entre las calles longitudinales de Independencia y Lora y las trasversales de Boyacá y Unda, como lo dice Don Tulio Febres Cordero en Clave Histórica de Mérida, había sido construido con mucho esfuerzo, gracias al tesón y voluntad del Padre Escolástico Duque (Pregonero 1882-Ejido 1947), quien se planteó el reto de hacer un instituto asistencial que tuviese el doble propósito de atender a los enfermos y de servir de apoyo a los estudiantes de medicina de nuestra universidad.
El 5 de febrero de 1936 el Arzobispo de Mérida, Monseñor Acacio Chacón Guerra le impartió la bendición y se inauguró después de seis años de construcción y a un costo de 630.477 bolívares.
Con motivo del XXV aniversario del Hospital Los Andes celebrado en 1961 y promovido por el Director del Hospital el Dr. Justo Miguel Bonomie, se develó un busto del Padre Duque en el jardín de entrada del nosocomio. Al acto asistieron el Dr. Pedro Espinoza Viloria, Gobernador del Estado Mérida, el Dr. Pedro Rincón Gutiérrez, Rector de la Universidad de los Andes y el Dr. Antonio José Uzcátegui Burguera, Director de la Maternidad Mérida, entre otras personalidades, además de médicos y empleados. El discurso estuvo a cargo del Dr. José Humberto Ocariz quien refirió que el Padre Duque, en la reunión para promover el hospital y para estimular actitudes positivas en los merideños y ante la pasividad de muchos de ellos, utilizó una urticante oratoria en la que pidió excluir de la empresa a cobardes, sinvergüenzas y timoratos, diciendo: si Mérida se niega a cooperar en la construcción del nuevo hospital, por la sangre que de mi padre llevo en las venas y por la leche con que me alimentó mi madre, yo levantaré el nuevo edificio. ¡Que falta hace en estos tiempos otros Padre Duque en que se requieren tantas empresas para edificar una nueva Mérida y una nueva Venezuela!
En esa Facultad de Medicina y en ese Hospital Los Andes del Padre Duque, trascurrieron los seis años de estudio de Mario Spinetti Berti. Quién hubiera pensado al observar al circunspecto Bachiller Spinetti Berti, rumbo a las aulas o cumpliendo las pasantías como interno, que años después sería flamante Decano de la Facultad de Medicina y Médico-Director del Laboratorio del Hospital Los Andes y ya jubilado tanto de las labores docentes como asistenciales, asumir la responsabilidad de ser Director del Hospital Universitario de Los Andes (1981-1982).
Mario Spinetti Berti recibió el Título de Doctor en Ciencias Médicas el 27 de julio de 1944, siendo Rector de la Universidad de Los Andes el Dr. Humberto Ruíz Fonseca y Secretario el Dr. Eloi Febres Cordero. El título lo firman también los Profesores Eloy Dávila Celis y Rafael Camejo Troconis. El Decano Presidente de la Facultad de Medicina era el Dr. Dávila Celis y Secretario el Dr. Humberto Nucete Rodríguez. Presentó como tesis de grado un trabajo sobre la Primo-Infección Tuberculosa Pulmonar en la Infancia. De su grupo habían empezado 70 estudiantes, solo se graduaron aquí en Mérida tres: José Gilberto Cárdenas, José de Jesús Solís y Spinetti Berti. Casi todos sus compañeros prefirieron continuar los estudios y graduarse en la Universidad Central de Venezuela.
Su brillante carrera universitaria llamó la atención del Presidente del Estado Mérida, Dr. Tulio Chiossone, quien lo designó Médico Rural en Bailadores para así cumplir con la obligación médico-asistencial de los recién graduados de ir por dos años al medio rural. En esa época también cumplían funciones como Médicos Rurales los doctores Néstor Febres Cordero en Chiguará, Francisco Soto Rosa en Santa Cruz de Mora, Luis Espinel en Timotes y José Humberto Ocariz en La Azulita.
En Bailadores, como Médico Rural, Spinetti Berti no solo debía cumplir sus obligaciones en el pueblo sino además era Médico-Visitante en Guaraque y de la cercana Aldea San Francisco y para trasladarse a estas poblaciones pusieron a su disposición una mula nada briosa y muy mañosa, según refería años después en forma por demás jocosa el médico-jinete.
Mario Spinetti Berti estuvo en Bailadores, con sus incursiones a Guaraque y San Francisco, casi dos años y luego fue designado por breve tiempo Médico-Director del Hospital San José de Tovar.
En Septiembre de 1945 fue llamado por el Dr. Pedro Pineda León, Rector de la Universidad de Los Andes, quien le propuso el ingreso a la Facultad de Medicina e hizo el mismo ofrecimiento a sus colegas que se desempeñaban en las otras medicaturas rurales del estado. La Universidad de los Andes y la Facultad de Medicina, requerían savia nueva para nutrir las ramas de los frondosos árboles de la enseñanza.
La incorporación al claustro de la Universidad de los Andes le permitió a Spinetti Berti que afloraran dos de sus pasiones más arraigadas, la docencia y la investigación. Seriedad, carácter, disciplina, orden, rigor científico, espíritu de observación y dedicación fueron sus cualidades. Se inició como Profesor de Bacteriología y Parasitología y de Trabajos Prácticos de Clínica Cardiológica en la Facultad de Medicina y de Profesor de Física y Química Biológica en las Facultades de Medicina, Odontología y Farmacia.
Mario Spinetti Berti fue Profesor de las Facultades de Medicina, de Odontología y de Farmacia de la Universidad de Los Andes entre los años 1945 y 1970 y recibió el honor, único en la historia de nuestra Alma Mater, de haber sido Padrino de Promociones en las tres Facultades. También fue profesor de Biología en el Colegio San José y en el Liceo Libertador de la ciudad de Mérida.
Su labor docente se extendió más de dos décadas.
Fue nombrado Decano Interino de la Facultad de Medicina por el Rector Edgar Loynaz Páez el 17 de abril de 1947 para sustituir al Dr. Joaquín Mármol Luzardo, quien había renunciado. La Asamblea de la Facultad ratificó el nombramiento y eligió a los Profesores Consejeros para el período 1947-1949, como lo disponía el Estatuto Orgánico de Universidades. Volvería a ser Decano, elegido por el Claustro, para los períodos 1959-1961 y 1969-1970. Fue miembro del Consejo de la Facultad durante muchos años.
Como Decano se preocupó por el mejoramiento de las cátedras que se dictaban en la Facultad. Contactó a profesores en el exterior, entre ellos al Profesor Julio María Sosa, de Uruguay, para iniciar la cátedra de Histología, que en la Facultad de Medicina de nuestra Universidad era casi desconocida, cátedra que habían creado en las Universidades europeas en el siglo anterior los ilustres Santiago Ramón y Cajal y Camilo Golgi.
El Decano Spinetti Berti con el decidido apoyo del Rector Rincón Gutiérrez, trajo afamados profesores para enseñar e investigar la Fisiopatología. Fundó el primer centro de medicina nuclear con el Profesor Gianfranco Gamuzzini y con el Dr. Manuel Oropeza y en esta forma apuntalar la exploración y la terapia basada en radioisótopos. Con el decanato de Spinetti Berti la Escuela de Medicina comienza un irreversible proceso de modernización en expresión de quien fuera su alumno y luego Profesor y Decano el Dr. Luis Hernández.
Además de su extensa labor docente y asistencial, aún tuvo tiempo Mario Spinetti Berti para estudiar y graduarse de Bioanalista en nuestra Universidad de Los Andes. El título se lo confirió el 27 de julio de 1960 el Rector Pedro Rincón Gutiérrez y lo refrendan el Secretario José Juan Rivas Belandria, el Decano Carlos Edmundo Salas Roo y el Profesor Hildebrando Rodríguez.
Realizó estudios de postgrado sobre las Aplicaciones Clínicas de los Radio-Isótopos en el Hospital Municipal de San Juan de Puerto Rico y en el Instituto de Química Biológica de la Univesita dell Studi en Roma, Italia.
En 1972 presentó su candidatura a Rector de la Universidad de los Andes apoyado por un grupo de profesores y estudiantes, quienes vieron en su figura la mejor opción para regir los destinos de nuestra Alma Mater. El claustro universitario eligió al Dr. Ramón Vicente Casanova como Rector para el período 1972-1976.
Mario Spinetti Berti consideraba que las escuelas de medicina debían formar un médico general, con preparación científica y humanística, adiestramiento técnico, formación ética y sensibilidad social. Creía en una universidad distinta que estuviera al servicio del pueblo y de la sociedad, con profesores idóneos y con estudiantes con verdadera vocación que una vez graduados siguieran los postulados de Hipócrates y no al bolsillo fenicio, con espíritu de sacrificio, dispuestos a pagar la cuota que le exigiera el ejercicio profesional para atender a enfermos y desposeídos, un poliatra, un nuevo tipo de médico, sanador de la polis.
Siempre se opuso al llamado Ciclo Básico porque como advirtió más de una vez, la Facultad de Medicina no estaba en condiciones de aceptar más alumnos que los que podía tener en sus espacios físicos, en sus laboratorios, en el anfiteatro y con profesores debidamente capacitados para impartir una educación cónsona con el futuro del país. No estaba de acuerdo con la masificación de los estudios a costa de la calidad de los mismos y menos en medicina porque no se podía convertir la universidad en una fábrica de doctores. Seguía la idea de Mariano Picón Salas en carta a Alberto Adriani, cuando en Venezuela estaba todo por hacer: más vale una hectárea de buena sementera que cien de rastrojo. Creía en la buena simiente y en el surco fecundo porque el mero conocimiento no es sabiduría. La sabiduría sola tampoco basta. Son necesarios el conocimiento, la sabiduría y la bondad para enseñar a otros hombres.
A este respecto, decía Arturo Uslar Pietri, lo siguiente: La labor de la educación no puede ser otra que desarrollar en el individuo el conjunto de virtudes y capacidades necesarias para cumplir su cometido histórico…este gran designio nacional tiene que tener su asiento y su punto de partida en la Universidad venezolana. En una universidad venezolana que no se contente con ser solamente el reflejo pasivo del país presente, sino el activo semillero del país que el futuro reclama. En una Universidad que no sólo produzca los profesionales de la más alta calificación que las tareas de ese futuro exigen, sino que se empeñe en las labores de estudio, investigación y creación, al nivel de las primeras universidades del mundo para asegurar a Venezuela la posibilidad de desempeñar un papel en ese futuro.
Es una grata coincidencia en el pensamiento y la acción sobre el papel de las universidades venezolanas de dos ilustres personajes, el uno en la cosmopolita Caracas, Uslar Pietri, y el otro en la pequeña Mérida, Spinetti Berti.
Universitario integral, Mario Spinetti Berti ocupó posiciones importantes dentro del claustro y representó a la Universidad de los Andes con su inmenso prestigio y dignidad en numerosos congresos tanto nacionales como internacionales, consagró lo mejor de su vida y de su pensamiento a la actividad académica y como reconocimiento a su trayectoria y a su recto proceder, a su renombre y dedicación a la institución, en acto solemne celebrado en el Aula Magna el 14 de abril de 2005, en el cual la Dra. Nancy Freites de Sardi pronunció el discurso en nombre de los profesores, recibió del Rector Dr. Lester Rodríguez Herrera, el Doctorado Honoris Causa en Medicina. En uno de los considerandos del Diploma, refrendado por la Secretaria de la Universidad Dra. Nancy Rivas de Prado, dice que Mario Spinetti Berti es gloria de la Universidad venezolana como investigador, educador e intelectual. Yo agregaría que fue un preciado galardón en el atardecer fecundo de su vida.
Se jubiló de la actividad docente el 1º de enero de 1971 después de 26 años al servicio de la Universidad de los Andes, desde los lejanos días en que se había iniciado como Profesor en la Facultad de Medicina y dictado su primera clase el 6 de octubre de 1945.
Fue condecorado con la Orden al Mérito de la República Italiana, en el grado de Caballero. Recibió las órdenes nacionales 27 de Junio, Andrés Bello, Francisco de Miranda y Mérito al Trabajo, en su Primera Clase, y en Mérida la Orden Tulio Febres Cordero, la Orden Ciudad de Mérida y la Orden 16 de Septiembre, entre las que vale destacar.
VI – NACIONALIDAD – POLITICA – ACTIVIDAD GREMIAL
La nacionalidad venezolana le fue concedida por Decreto Nº 351 del 17 de Octubre de 1945, firmado por el Presidente de la República Isaías Medina Angarita y refrendado por el Ministro de Relaciones Interiores, Arturo Uslar Pietri.
Mario Spinetti Berti incursionó en la política y en el mes de abril del año 1946 fue fundador en Mérida de la Organización Democrática Electoral (ODE) que posteriormente dio origen al partido Unión Republicana Democrática (URD).
Como gremialista, Mario Spinetti Berti fue fundador y como tal firma el Acta Constitutiva del Colegio de Médicos del Estado Mérida de fecha 4 de Marzo de 1944 y cuya primera Junta Directiva estuvo integrada por los doctores Pedro Guerra Fonseca como Presidente, Secretario Dr. José Elbano Rojas y Vocal el Dr. Joaquín Mármol Luzardo. En los registros aparece inscrito bajo el Nº 2 de fecha 4-12-45. Fue Presidente en dos ocasiones, formó parte de la Junta Directiva en varios períodos y con motivo de los Cincuenta años de la Fundación del Colegio de Médicos celebrados el 10 de marzo de 1994, fue designado Miembro Honorario de la institución.
VII – LIBROS
Otra de las facetas del doctor Spinetti Berti fue su prolífica labor intelectual reflejada en los muchos libros que escribió sobre los temas más diversos. Son de destacar el Manual de Bioquímica con Prólogo del Profesor Manuel Beltrán Baguena, de la Universidad de Valencia de España, con 14 ediciones y texto oficial en cinco Universidades españolas, y Manual de Biología y Temas de Biología -Para estudiantes de Bachillerato-, Manual de Bioquímica Funcional conPrólogodelDr. Francisco de Venanzi, Introducción a la Historia de la Bioquímica con Prólogo del Dr. Manuel Hernández Barrios, Vicerrector Académico de la Universidad de los Andes, XI Médicos Rectores de la ULA, Los Italianos en Mérida, y sus conocidos y muy celebrados libros sobre temas gastronómicos: La Pasta, prologada por su fraterno amigo Siro Febres Cordero, (dos ediciones), La Papa -Recetas favoritas de Don Mario- la primera edición con Prólogo de Siro Febres Cordero y la segunda edición con Prólogo de Eleazar Ontiveros Paolini, Gastronomía y Salud, Cocina Afrodisíaca y Memorias Gastronómicas, con Liminar de Monseñor Baltasar Enrique Porras Cardozo, Arzobispo Metropolitano de Mérida y Presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana.
Publicó dieciocho trabajos científicos propios y diecinueve en colaboración con otros investigadores.
VIII – GRECIA
El 17 de abril de 1975, Mario Spinetti Berti fue nombrado Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Venezuela en Grecia por disposición del Presidente de la República Carlos Andrés Pérez, y previa la autorización del Senado de la República a solicitud del Ministro de Relaciones Exteriores, Ramón Escovar Salom.
Fue un Embajador diligente que propició la cercanía de los representantes diplomáticos con la escasa colonia venezolana asentada en el país.
Spinetti Berti se propuso recorrer el país al cual había sido destinado y lo hizo. Se deleitó con la belleza de Atenas, cantada desde la antigüedad por los más famosos poetas y comparada por Régulo Burelli Rivas con la ciudad de Florencia, en su soneto que dice:
Jardín de quien el cielo se enamora!
–de cipreses y olivos como Atenas–
y cuyas encendidas azucenas
anuncian la presencia de la aurora.
En la ciudad capital visitó la Acropólis, el teatro de Dionisios y el templo de la diosa Atenea Nike, la alada diosa que conducía a los griegos hacia la victoria, donde sintió el suave perfume de la madera de sándalo con el que en la antigüedad se la ofrendaba en el altar. Dialogó con Pericles, corrió tras los raudos pies de Aquiles, admiró las obras de Fidias y el mármol pentélico del Partenón. Se acercó a El Pireo y a la llanura surcada por el Kefisos y el Iliso, dos pequeños torrentes que desembocan en el golfo de Egina. En la Acrópolis se sumergió en la historia de los monumentos de Erecteion, la Pinacoteca, de Propileos y de los templos de Roma y Augusto. Se desplazó a Creta y a su capital Candia, a Larisa, Patras, Peristérion, Rodas, Salónica, Volo; fue a Creta y disfrutó observando los restos de la civilización y cultura minoica, estuvo en Mykonos, en las islas Cícladas.
Como buen gourmet disfrutó de un aperitivo Ouzo antes de degustar y saborear las delicias de un queso feta bañado con aceite de oliva extra virgen, de las carnosas aceitunas, de los jugosos dátiles, de las diversas preparaciones del ovejo y del carnero de los rebaños trashumantes del Epiro y Macedonia, acompañado de los buenos y poco conocidos vinos griegos. Viajó a los países vecinos y al norte de África, se escapó a visitar familiares en España, fue invitado por algún amigo a una correría en París e incursionó cuando pudo a los inolvidables predios de Marina di Campo de su amada Isla de Elba.
IX – LA ACADEMIA DE MERIDA
Mario Spinetti Berti fue fundador de la Academia de Mérida donde ocupó el Sillón 21 como Individuo de Número en el Área de la Salud y cuyo primer Presidente fue el doctor Rafael Eduardo Solórzano. Redactó el Reglamento de la Academia que fuera aprobado en Asamblea Ordinaria del 13 de mayo de 1994.
En 1994, Mario Spinetti Berti fue electo Presidente de la Academia de Mérida, cargo que ocupó durante seis períodos consecutivos asistido por los eficientes Directores Ejecutivos los Licenciados Letizia Vaccari y Marco Vinicio Salas.
En su condición de Presidente de la de la Academia de Mérida auspició la creación de la Fundación Academia de Mérida, cuyos Estatutos fueron aprobados en la sesión del 16 de noviembre de 2005 y designada la primera Junta Directiva.
Desde su estrado presidencial recibió a personajes del mundo religioso, científico, literario o del arte, nacionales y extranjeros como al Padre Peter-Hans Kovenbach SJ, Prepósito General de la Compañía de Jesús, Humberto Ecco, Otto Morales Benítez, Rafael Pisani, Guillermo Morón, Jesús Soto, Carlos Cruz-Diez o Sofía Imber. Su busto, obra del también académico el escultor Manuel de la Fuente, engalana uno de los espacios de la Academia de Mérida, que también creó la condecoración Dr. Mario Spinetti Berti, que será otorgada a quienes se hayan distinguido por su trayectoria científica y académica.
Decía Luis Beltrán Guerrero que las Academias son el refugio donde podemos sentirnos jóvenes y Mario Spinetti Berti, al presidir en la etapa originaria la Academia de Mérida con elegancia, sobriedad, autoridad y distinción, parecía apenas haber iniciado su segunda juventud.
X – VIDA SOCIAL Y FAMILIAR
En su vida social, Mario Spinetti Berti fue socio propietario del Mérida Country Club desde el año 1945 al que se incorporó después de su pasantía como médico rural en Bailadores y Tovar. Allí alternó con profesionales de las distintas áreas, profesores universitarios, comerciantes, hacendados, políticos y miembros de los gobiernos de todas las épocas. Fue Presidente en el año 1953 e integrante de las Juntas Directivas durante catorce años.
Fue un activo participante como chef de los Festivales Gastronómicos patrocinados por la Sociedad de Amigos de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Universitario de los Andes (SAUCI), que presidió Carlos Valecillos Velandia, y que se celebraban anualmente en el Mérida Country Club.
Fue socio también del Centro Social Ítalo Venezolano de Mérida y de otras instituciones de la ciudad.
Mario Spinetti Berti contrajo matrimonio con la valerana Enriqueta Terán Torres el 6 de diciembre de 1947, a quien se acercó y cortejó con los versos de Neruda en La Canción Desesperada:
Y la ternura, leve como el agua y la harina.
Y la palabra apenas comenzada en los labios.
Su amigo Siro Febres Cordero, años después, en bella expresión, se referiría Enriqueta, como frondoso árbol de amor y de virtudes. De esa unión matrimonial nacieron María Beatriz, Mario Enrique, María Stella, Nora Josefina, Roger José, Luisiana y María Cristina.
Enriqueta falleció, en su suave ancianidad, el 7 de octubre de 2020.
XI – LOS DÍAS FINALES
Mario Spinetti Berti amó a Mérida entrañablemente, estuvo cerca del olor de sus flores y las fiestas de agua de verdura con que la engalanó el clima, como recordaba a su ciudad Mariano Picón Salas. También sintió el hechizo de la sierra nevada erguida sobre la montaña.
Nunca se desprendió de sus raíces italianas y con fervor rememoraba cada 20 de septiembre, aniversario de la fecha en que los Garibaldinos entraron por la Puerta Pía, y evocaba a Roger, su padre, con los versos de Vicente Gerbasi:
por ti yo soy el hombre, el portador del fuego
por ti mi mano levanta el espejo que refleja la montaña
y de haber sido posible, de tener un escudo elbano-merideño, le hubiese colocado en su blasón como lema la frase que repetía con frecuencia: la vida no es tiempo sino trabajo -vita non solum tempus est, vita opus est-.
La Quinta Naret en la ciudad y su apacible y bucólico remanso en las soledades de Villa Rodia, en el retiro de La Pedregosa Alta, fueron los dominios de Mario Spinetti Berti en las postrimerías de su vida.Allí lo mimaban su suave esposa Enriqueta y sus hijos, nietos y bisnietos, a los cuales les cantaba con Juan Antonio Gonzalo Patrizi:
¡Se asoman todos los niños
a las ventanas del sueño!
Su fuerte corazón elbano sintió los rigores del duro batallar. Sus últimos días los pasó rodeado de sus siete hijos. Habían pasado trece años desde la última vez que habían estado todos juntos. Viajaron desde Marina di Campo en la Isla de Elba y Boca Ratón en Florida, y los más cercanos de Caracas y Guanta, para estar junto al lecho del padre moribundo y acompañar a la inconsolable madre.
Ya Mario podía descansar definitivamente. Se fue en paz con Dios y con los suyos. Dejó un legado de afecto y de amistad. Su vida la prestó a la docencia, a la Diplomacia, a la Academia, a escribir libros científicos y de gastronomía. Siempre quiso ser útil, al país, a Mérida, a la Universidad, a la colectividad. Su entierro en el Cementerio de El Espejo fue una demostración de cariño y respeto de la Mérida que conoció y de la cual se hizo conocer. Las exequias fueron presididas por Monseñor Baltasar Enrique Porras Cardozo, Arzobispo Metropolitano de Mérida y su colega en la Academia de Mérida y amigo personal, quien pronunció el Elogio final.
Mario Spinetti Berti emprendió su último viaje el 19 de agosto de 2007 y que mejor para despedirlo que hacerlo con los versos de El Viaje, del poeta mexicano Carlos Pellicer, que dicen así:
Y moví mis enérgicas piernas de caminante
y al monte azul tendí.
Cargué la noche entera en mi dorso de Atlante.
Cantaron los luceros para mí.
Álvaro Sandia Briceño, Miembro de Honor de la Academia de Mérida