Por: Dr. Roberto Rondón Morales

No habrá palabras, páginas ni pantallas suficientes para describir y valorar el costo emocional, social y económico derivado del abandono y desorientación en que están los jóvenes profesores y estudiantes, y sus padres, en una universidad sola, pobre y adolorida, que son las calamidades de la vejez. Calamidades derivadas en parte, no por la falta de decisiones, sino por la escasa influencia, efecto y control de estas decisiones por los órganos universitarios, dejadas a las autoridades intermedias, y la existencia de grupos que aúpan el desánimo, la abulia y la mediocridad porque creen que allí hay un ambiente sensible a esto y clientelar.  Calamidades que no se pueden achacar sólo al pérfido acoso desde el gobierno, a los bajos salarios, escasos seguros y a otros hechos, porque situaciones graves como éstas han agobiado a la universidad. Calamidades cuyas soluciones no se pueden dejar, por la inercia institucional, a iniciativas diversas generadas por padres y alumnos para proveer magros recursos que muevan actividades en la universidad, ni tampoco a una visión y práctica de filantropía como una aspirina para la muerte. Lo que se requiere es una dirigencia que redefina su relación con la comunidad, y con inteligencia, que con convicción y sacrificio salven la integridad de la institución en esos trances peligrosos. 

Antonio Guzmán Banco despojó de sus propiedades a la Universidad, la sometió a un acoso financiero por lo que no se pudo pagar salarios ni funcionamiento, y la trató de eliminar, acusándola de ser “madriguera de conservadores”, pero su rector heroico Caracciolo Parra Olmedo con sacrificio propio y de los profesores hizo sobrevivir ilesa a la institución. Las autoridades y profesores que se quedaron en la universidad no lo hicieron por los salarios, como ahora en gran parte. Se trata de no dejar sola a la universidad. 

Cipriano Castro aposentó su caballería en los claustros universitarios y clausuró casi todas las actividades universitarias, pero el rector Pedro José Godoy, sorteó la situación. A mediados del siglo pasado, frente a la persecución, exilio y acoso a los universitarios por el dictador Marcos Pérez Jiménez, el rector Joaquín Mármol Luzardo afrontó con inteligencia y decisión la protección de la comunidad. Por último, el estacionamiento de tropas antiguerrilleras en la ciudad acosó a la universidad, dispararon a sus residencias, allanaron una Facultad y provocaron muerte y heridos en estudiantes, lo que fue asumido con humildad, convicción universitaria, capacidad de diálogo, convocatoria y negociación, que salvaron a la universidad autónoma en el rectorado del Dr. Pedro Rincón Gutiérrez. 

Tampoco se puede esgrimir a la pandemia COVID 19, tal como el gobierno hace con el bloqueo económico para justificar una gestión insuficiente e indolente desde antes. Tiene que entender el gobierno universitario que el problema de la pandemia para la universidad no es simplemente el cambio de la educación presencial por otra a distancia sin preparación y sin recursos. De lo que se trata es analizar practicar formas para mantener la comunidad y la sociabilidad entre sus miembros en peligro, y el posible rompimiento de la universidad con la ciudad como consecuencia del distanciamiento físico de sus integrantes. 

ANTECEDENTES

Es necesario recordar, que la Iglesia Católica creó las Universidades en el siglo XII para reforzar su poder y el del Papa. Sus estudios y grados tuvieron validez universal hasta que se constituyeron, después de la Reforma, reinados, principados, ducados y otros con gobiernos autónomos que fundaron sus propias universidades nacionales para formar sus funcionarios eclesiásticos y laicos. La universidad universal o nacional, religiosa o laica, siempre se le consideró como una comunidad de maestros y alumnos, con libertad para enseñar y otorgar los grados. Las Universidades tuvieron y superaron diferentes disputas y conflictos, de diversa índole, con los gobiernos reales y papales.

Pero luego de tres siglos de existencia, entró en crisis definitiva por su aislamiento y enclaustramiento, la autonomía y autosuficiencia jurisdiccional intocable, la defensa exclusiva de los intereses materiales y espirituales de la Iglesia, el carácter dogmático de la enseñanza teológica como disciplina esencial, el saber ligado a la aureola de los grados, su dedicación exclusiva al estudio de lo antiguo, el desprecio por la experimentación y la inducción y el “terminismo” inagotable. Esta situación culminó con la Revolución Francesa en 1793 que clausuró la Universidad de París por ser soporte del viejo sistema imperial derrotado, hasta 1806 cuando Napoleón reabrió las universidades francesas y las colocó al servicio y apoyo de su Imperio: las adscribió a la estructura del estado; los programas, profesores, y grados eran autorizados por el Imperio, y estaban dedicadas solamente a la docencia para formar ideológica y técnicamente a la burocracia imperial.

De otro lado, en 1808, Wilhem von Humboldt en Berlín formuló un modelo científico dedicado exclusivamente a la creación intelectual para lo que se requería libertad y autonomía absoluta, sin interferencia del Estado. La formación profesional era una actividad secundaria y derivada de la ciencia. Independientemente de la concepción de las universidades, francesas o alemanas, estas siguieron consideradas como comunidades de profesores y estudiantes. Pero tres siglos antes, España había trasladado el viejo y decadente modelo medieval, una comunidad con cátedras, profesores autoritarios, enseñanza libresca y abstracta, memorización y apuntes que sobreviven, ergotista escolástica, tomista, de corte aristotélico y teológico vinculado al sistema político, religioso y cultural sembrado por España en sus colonias.  

El atraso universitario dejado por España, las incumplidas promesas de igualdad, confraternidad y libertad formuladas por los independentistas, y muchas universidades en manos de grupos religiosos o no, sectarios, convertidas en centros de corrupción y burla de las aspiraciones sociales incluidos grupos  socioeconómicos en ascenso, se unieron a la influencia de pensadores latinoamericanos contestatarios en especial contra el imperialismo, a la emergencia de la revolución rusa y mexicana, y en particular a la reivindicación igualitaria de la vida política en América Latina, para crear  un ambiente explosivo que terminó en la llamada Revolución de Córdoba, que creó el modelo jurídico y político latinoamericano de universidad caracterizado por considerarse como una comunidad, una “República Universitaria” conformada por un “pueblo” de profesores y estudiantes con facultad para elegir a las autoridades y participar en su cogobierno.

LA COMPLEJIDAD UNIVERSITARIA

Las Universidades tienen en sí una especificidad que las asemeja, pero también una complejidad que las diferencia por su historia, su ubicación geopolítica, sus recursos, en las cuales se han insertado varios modelos docentes. Hay una intersección de períodos históricos que han dejado improntas como los modelos colonial papal y real, republicano autocrático, republicano democrático, tecnocrático, liberal, y han sido factor de modernización, pero también de atraso, y en ocasiones de enclave entre los dos. 

Las universidades generan en grados distintos, una producción intelectual científica, técnica y humanística y desarrollan actividades académicas de pregrado, postgrado tecnológico y profesional, y educación continua para el mejoramiento profesional. Han diseñado estructuras muy complejas y superpuestas, centralizadas, que han creado grupos de poder, autocráticos y populistas alrededor de las autoridades, que han vaciado de funciones a los departamentos, y se han vuelto ineficientes y autosuficientes, y con grados diferenciados, a veces nulos de Interacción social

LA SITUACION ACTUAL EN VENEZUELA 

En Venezuela hasta finales del siglo pasado, a la universidad se le planteó participar en un modelo de desarrollo social centrado hacia el capitalismo moderno mediante la corrección de los problemas que este modelo venía produciendo. El centro de estas correcciones estaba en la definición de una fase modernizadora mediante una educación integradora para mantener la producción económica y la capitalización social de la misma. Eran recursos humanos para modernizar y no para cambiar la sociedad. El proyecto de desarrollo estaba estructurado en torno a un modelo normativo, según el cual, el ideal de la sociedad era aquel con una alta efectividad productiva en lo económico y asistencialista en lo social, cuya dinámica estuviera liderada por el Estado, y donde el sector privado tomara parte, se integrara y se comprometiera en su dinámica concertada con el Estado. Su implantación lograría un desarrollo del capitalismo sin ruptura de la continuidad de la estructura, valores y poder social (Joaquín Mata Sosa, 1978). 

Desde hace veinte años, todo este esquema cambió hacia el dominio político autoritario gubernamental, mediante la manipulación de la sociedad, el ahogo de la comunidad y la autonomía, a la formación para una sociedad productiva socialista, que al final fue hacia la nada, y que ahora manifiesta deseos de retomar el camino, después de la casi destrucción universitaria. También se logró la desaparición de la educación universitaria como fuente integradora nacional y social, de igualdad de oportunidades, promoviendo una situación de segregación propiciada por el gobierno, que ha contribuido indudablemente a la decrepitud, esclerosis, envejecimiento y pérdida paulatina de la fuerza intelectual y a un mayor aislamiento material y espiritual dentro de la institución.

Es clara la caída en cascada de las funciones universitarias, del éxodo de su comunidad de profesores, estudiantes y trabajadores y de la agudización de la tradicional falta de recursos financieros, componentes fundamentales de la vida universitaria, pero también era clara la indiferencia, la elusión, la no evitación de la crisis por sus dirigentes, achacando este fenómeno sólo a los gobernantes nacionales, obviamente responsables en gran parte. Hay una pérdida de la gobernabilidad y de la legitimidad en el gobierno nacional y en las universidades porque se ha perdido el afecto y la energía creadora, se ha agotado para reorganizarse y para resaltar el liderazgo. Su aislamiento de la sociedad y de la comunidad en ambos casos, ha hecho aparecer un autoritarismo, en un medio en el que la legitimidad política tanto en el país como en la universidad es muy frágil y tiene una debilidad histórica con una sociedad de caudillos y no de instituciones. 

LA AUTOPOIESIS Y LA AUTOLISIS UNIVERSITARIA

Frente a esta dramática situación de vieja data, se propuso que la Universidad con sus valores espirituales, morales e intelectuales y con una dirigencia docta, sensible y comprometida generara una discusión y una práctica de AUTOPIESIS, que no ocurrió. AUTOPIESIS es la propiedad de un sistema para producirse, mantenerse o definirse, que se organiza  con una red de procesos de producción de componentes que pueden: 1. Actualizar constantemente sus estructuras y sus interacciones en la red que produjo, y 2. Reestructurar el sistema como una unidad concreta en el espacio donde existe, especificando el dominio topológico donde se plantea como red es decir, hay una capacidad de regeneración y de renacimiento de la universidad aun en medio de  grandes dificultades derivadas del acoso político y financiero que ha sufrido. Pero todos los dirigentes gubernamentales y universitarios están en la inútil espera que el otro se agote o desparezca, en tanto el país y la universidad entran en AUTOLISIS que es una auto desintegración de los tejidos vivos por un fenómeno o fermento secretado por sus propias células. 

EL ENVEJECIMIENTO CON SU SOLEDAD, POBREZA Y DOLOR NOS HA EMBARGADO

Al proceso de envejecimiento y astenia de la Universidad de Los Andes, ya en camino desde hace tiempo, la ha tomado por sorpresa como a muchas instituciones, la pandemia COVID 19, que ha obligado a un frenazo intempestivo de las actividades, a una desaparición de las autoridades del escenario crítico y a una elusión de dirección y orientación. Todos estamos en el desamparo y desorientación porque si bien se toman decisiones, no se garantiza su cumplimiento. 

Desde hace tiempo, hay un retiro de la Universidad de numerosos estudiantes por la incapacidad social y económica del sustento en la ciudad, y de profesores y empleados desesperados y desesperanzados que van tras la búsqueda de mejor vida. Esto crea un empobrecimiento humano e intelectual, que no ha sido valorado. Este éxodo arriesga el sentido comunitario centenario de la universidad, a lo que se agregará la tentativa dispersión de la comunidad universitaria por la educación a distancia. También dislocará la conformación de sus grupos sociales, una labor de años dentro de la institución que empezó en la cátedra y siguió en el departamento, la escuela, la facultad, el centro o instituto de investigación, los órganos de extensión y servicios. 

La infraestructura física, mobiliario y equipos se han enmohecido, su cuidado se ha abandonado. Los edificios en lugar de jardines, los rodean potreros y suciedad que alejan mucho más a la gente. Los pocos vehículos se convierten en chatarra, lo que inmovilizará y paralizará el escaso músculo funcional de la institución. La concepción de una ciudad con una universidad por dentro de nuestros inspirados escritores, está en vías de desaparecer. Esta condena ocurre porque somos un pueblo que no nos resignamos a la esclavitud, pero a la vez, tampoco tenemos el Moisés, no tenemos las Tablas, no tenemos el camino a la tierra prometida, no porque Dios nos ha castigado sino porque los dirigentes se han ausentado y han pasado desapercibidos de la tormenta, pensando que esta es una tormenta pasajera.

Lo que está ocurriendo no es pasajero, marcará el destino y el futuro de la ciudad, de la universidad y de miles de estudiantes que han sido abandonados a su suerte, de jóvenes profesores a quienes se les pedirá sacrificios en favor de limitar la inmensa pérdida económica y social que representan los miles de estudiantes sin actividades docentes y sin otra alternativa, tanto antes como ahora. Las palabras para describir el costo emocional y social y las cifras de los costos económicos de estudiantes y profesores paralizados por esta indiferencia de las autoridades universitarias y del gobierno no cabrán en ningún papel o pantalla. De otro lado, el costo emocional, social y económico del “cuidado intensivo” que se requerirá para salvar a esta “institución en situación de urgencia”, no tendrá valor posible ni calculable en emoción, compromiso, restitución del talento, encendido de las voluntades, trajín en los laboratorios, aulas y pasillos; en fin, tomar la fuerza mínima para volver a empezar. Si se tarda el remedio, la institución vieja, sola y adolorida puede fenecer.

Dr. Roberto Rondón Morales, Individuo de Número Sillón No. 20, Academia de Mérida.


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