INCORPORACIÓN DEL DR. LUIS FARGIER GABALDÓN – Discurso del Presidente de la Academia

Por: Dr. Ricardo Gil Otaiza


A diferencia de la noción que muchos tenemos de Universidad, la Academia de Mérida integra lo disjunto, orquesta disciplinas y conjunta saberes con el fin de ponerlos al servicio de la ciudad y del país. En esta casa, las humanidades y las ciencias, como tradicionalmente se las cataloga, no son cimas inconquistables y divorciadas de la realidad, sino que sus miembros, insertos artificiosamente en dos grandes ramas, interaccionamos sin complejos en la búsqueda de puntos de confluencia que nos permitan miradas pluridimensionales y universales. La diversidad que en estos espacios hace vida, no es la típica atomización de saberes divorciados e inmiscibles que suele darse en otros contextos, sino que se erige en una especie de mixtura que nos permite atisbar más allá de lo posible con ansias de eternidad y de perpetuidad. Cada semana, y en cumplimiento de lo establecido en el Reglamento, damos por supuesto que cada tema aquí tratado, que cada asamblea, conferencia, presentación, conversatorio, incorporación y disertación cruce y trascienda las fronteras disciplinares, para que en una especie de amalgama todo ello converja en nosotros transformado en un “algo” lo más cercano posible a la complejidad de la existencia, que con sus múltiples aristas irrumpe en nuestra vida haciendo de ella un espléndido tapiz de posibilidades.

Hace apenas dos semanas disertó en estos mismos espacios el Dr. Jesús Rondón Nucete, ex gobernador y fundador de esta corporación, y de las muchas cuestiones interesantes que planteó, palabras más, palabras menos, fue la sorpresa que produce en academias hermanas y en otras instituciones similares, el hecho de que en los 25 años de historia de nuestra organización sus miembros se hayan reunido semana a semana sin tregua ni descanso, generando así una dinámica y una cultura organizacional que conllevan disciplina, constancia, fecundidad, pertinencia e impacto social. Créanme que no había pensado en esto, y al reflexionar ahora no me queda otra opción sino afirmar que ha sido esa constancia de sus miembros, pertenecientes a todas las profesiones y, por ende, con formación disímil, la que ha permitido que la Academia de Mérida se haya entronizado en el corazón de su ciudad, y su nombre trascienda las fronteras regionales y nacionales. Eso no quiere decir que a lo largo de su historia todo haya sido un nicho de rosas y que no haya tenido crisis ni conmociones (de hecho hace poco vivimos una de ellas), pero esa pasión que sentían los que aquí desplegaban vida académica, y que iba más allá de las querellas, de los sinsabores, de las diferencias de criterios, de las diatribas, de los malos entendidos y las discusiones, permitió el que se sorteara con gallardía el presente en busca de nuevos y mayores derroteros, y que aquí estemos expectantes y con miras a la adultez y a la plenitud institucional. Cuando en el pasado muchos apostaron por la desintegración de esta organización, azuzando las diferencias irreconciliables y alzando banderas incendiarias, otros apostaron por los puntos de confluencia, por el entendimiento y por la razón, logrando que esas supuestas antinomias y desavenencias se transformaran en puntos de encuentro, y en obra perdurable en el tiempo.

La vida de las instituciones no es un electrocardiograma de un paciente en estado de reposo. Todo lo contrario: sus altibajos son muestras fehacientes de las grandes potencialidades que encierran la multidisplinariedad y la disparidad de criterios, de puntos de vista, de caracteres, de posturas y de talentos, lo que trae consigo el poder alcanzar la confluencia de puntos diametralmente opuestos que conduzcan al logro de los objetivos y de las metas. Y, por qué no, patentizar eso que desde lo filosófico se denomina como el fin teleológico. Es decir, el fin último de toda gran empresa humana.

La Academia de Mérida es una institución sui géneris. Su estructura, su funcionamiento, su integración y sus fines dicen de su carácter si se quiere autárquico, pero consustanciado con una ciudad y con una región plenas de posibilidades, pero olvidadas históricamente por los centros de poder. Si no fuese por la institución eclesiástica, por la universidad, por la Academia, y por una que otra institución de prestigio, Mérida no pasaría de ser una entidad hermosa y trabajadora, pero no más que eso. En otras palabras, esa merideñidad de la que muchos hablamos, es la orquestación de constructos que nos han permitido soñar en grande, emprender caminos fatigosos, ver más allá de la hora presente y atisbar el futuro.

Y para eso estamos acá. Para enriquecer a esta institución por la vía del talento humano, para insertar dentro de la densa trama de sutiles hilos que mueven el día a día de estos espacios, a otra figura del mundo de las ciencias y del cálculo. Hoy se incorpora un joven profesional de la ingeniería, el Dr. Luis Fargier Gabaldón. Él, como tantos otros profesionales que aquí han ingresado, lo hace, no precisamente para incluir una estrella más en su espléndida hoja de vida, ni para juguetear con esa gran fuerza que mueve al mundo (y que lo hace insufrible ni para qué explicarlo) que llamamos ego, sino para integrar una plantilla conformada por humanistas y por científicos, que juntos hemos decidido servir a la ciudad, a la región y al país desde esta alta cima organizacional. Sí, entrar aquí es una dignidad, una distinción y una charretera en la solapa, qué duda cabe, pero es sobretodo un fuerte compromiso personal y profesional, que nos impele semana a semana a tomar partido por todo aquello que nos haga más inclusivos y más humanos. Aspiro, Dr. Fargier, que el debut de hoy no sea también una despedida. Que en su apretada agenda local y de compromisos extraterritoriales, deje siempre un espacio para cumplirle a esta su nueva casa que esta tarde lo recibe y que también lo necesita. Que la diversidad de actividades que aquí se desarrolla sea para usted motivo de participación y de orgullo, al pertenecer a una casa que, como lo dije al comienzo de estas palabras, articula multiplicidad de saberes y de inquietudes humanas y espirituales, fácticas y también del intelecto en busca de la completitud del Ser.

Lo recibe, Dr. Fargier, un académico muy querido por nosotros, el eximio Dr. Roberto Ucar Navarro, quien en poco tiempo ha sabido con inteligencia y don de gentes hacerse, no uno más de esta corporación, sino alguien indispensable en esta gruesa dinámica, que nos impele a dejar el “yo” unívoco e individual y transformarlo en un “nosotros” plural y colectivo.

Felicitaciones al nuevo Miembro Correspondiente Estadal, y mil gracias al Académico quien lo recibe por su disciplina y amistad.

Buenas tardes.       

Dr. Ricardo Gil Otaiza

Profesor Titular (J) de la Universidad de Los Andes. Presidente de la Academia de Mérida.

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