INCORPORACIÓN DEL DR. ALFREDO USUBILLAGA DEL HIERRO COMO MIEMBRO NUMERARIO DE LA ACADEMIA DE MÉRIDA

Por: Dr. Ricardo Gil Otaiza

Presidente de la Academia de Mérida


Desde muy joven me ha obsesionado la “verdad” como referente ontológico, pero debo reconocer que es una categoría dura desde lo filosófico, y he tenido que recorrer un largo camino para comprender que su sola búsqueda es de por sí una fuente de inspiración y una enorme aventura. Es decir, una existencia no basta para desentrañar en sus profundos intersticios todo aquello que nos lacera una mil veces la conciencia, hasta hacer de nosotros presas de sus finas argucias y de sus escurridizos modos. Edgar Morin, uno de los pensadores vivos más importantes de nuestro tiempo, expresa en su obra Método 3. El conocimiento del conocimiento lo siguiente: “No sabemos si tendremos que abandonar la idea de verdad, es decir, reconocer como verdad la ausencia de verdad.” (p. 18) “La ausencia de verdad” es una frase que nos deja eco y resonancia en la mente, ya que para buena parte de nosotros tal aseveración resulta un inaudito tremendismo, que nos lanza sin pudor a un limbo de contradicciones empíricas y, por qué no, epistémicas también.

Entonces, señores, ¿Qué es la verdad? No hace mucho tiempo escribí para la gran prensa lo siguiente:

“Con la pérdida de la razón moderna esa misma cuestión nos interpela, ya no sólo desde lo ontológico y personal, sino fundamentalmente desde lo colectivo, para hacer de su percepción un verdadero caleidoscopio, con todas las connotaciones en el orden de lo fáctico. Entramos de manera no deliberada a un período de latencia argumental, a un limbo epocal, que nos impele a mirar a los fenómenos, ya no desde la certeza de tener la “razón” en nuestras manos, y con ella la definición clara de lo humano y lo divino, sino con la incertidumbre de quien yace en medio de la nada, del vacío escatológico, para lanzarse día a día a la batalla por las ideas e ir así construyendo el andamiaje de aquello que pudiera tener para él algún significado desde lo trascedente.

La verdad ya no es la verdad. Hoy la hemos puesto entre signos de interrogación para interpelarla en su cruda literalidad, y hacer de ella una mera categoría transitoria y lingüística, que se construye a sí misma en la medida que vemos cómo se oculta ante nuestros ojos aquello que intentamos desvelar desde la razón. Pero la razón de nada nos sirve si responde también al escepticismo que cunde por doquier; al desencanto que se ha apoderado de nuestra existencia para hacer de nosotros meros espectadores de una “realidad” que ha perdido su norte y su congruencia. El quiebre de la promesa de redención civilizatoria mediante la razón tecnológica (el progreso) ya no nos basta como excusa posmoderna, cuando un nihilismo feroz busca asirse en medio de nosotros para convertirnos en carne de cañón de todo aquello que escapa al dominio de lo humano.

Hoy la verdad es tan sólo una mera excusa para la burda manipulación con fines deleznables y oscuros, porque su otrora carácter de irrefutable y de permanencia se ha perdido, quizá para siempre. En dónde anida la verdad: ¿Acaso en los libros sagrados? ¿En la infalibilidad papal? ¿En una carta magna? ¿En la “autoridad” de un emperador, de un rey, de un primer ministro, de un presidente o de un dictador? ¿En la tecno-ciencia del investigador? ¿En la arrogancia y frivolidad de una luminaria del espectáculo? ¿En la estentórea voz de un intelectual o de un autor? ¿En el “saber” acotado y sesgado de un especialista? ¿En la vapuleada cátedra universitaria? ¿En un tribunal de “justicia”? ¿En una página web? ¿En las redes sociales? ¿En la menguada auctoritas de un padre o de una madre de familia?

Si para el hombre y la mujer posmodernos Dios ha muerto, ya nada tiene sentido. Ha comenzado, por tanto (tal vez desde las últimas cinco o seis décadas), un nuevo período de re-construcción de referentes ontológicos, de señuelos que intenten anclajes con una novísima “razón”, que podría ser la “sinrazón”, la “no-razón”, o la “a-razón”. De allí nuestra tribulación; de allí estos tiempos nublados; de allí nuestro desasosiego existencial y la sensación de vacío en todos los órdenes del acontecer, y de estar cayendo más y más, minuto a minuto, en la oscuridad del abismo planetario. Pero no todo es “incierto” ni oscuro, ya que nos queda la magnífica posibilidad generacional (de una o varias cohortes, dependerá de la velocidad de su prosecución) de la puesta en duda de lo establecido (la duda de la duda se plantea la complejidad), de los referentes societales y civilizatorios, y de erigir un nuevo orden humano (social, político, religioso, económico y ecológico); de levantar un mundo a la medida de nuestras interrogantes, y de nuestros más caros anhelos.”

En Caritas in veritate, a mi juicio la más importante Carta Encíclica de Benedicto XVI (y uno de los textos en los que mejor se expresa la doctrina social de la Iglesia, muy en sintonía con Populorum progressio, de Pablo VI, a la que rinde tributo) acierta el entonces Sumo Pontífice al expresar que “En efecto, la verdad es ´logos´ que crea ´diá-logos´ y, por tanto, comunicación y comunión. La verdad (…), les permite (a los hombres) llegar más allá de las determinaciones culturales e históricas y apreciar el valor y la sustancia de las cosas”. La verdad no es una entelequia ni una ofrenda del intelecto, de la que alguien pueda apropiarse como quien se saca la lotería; es, sin más, una construcción colectiva con carácter civilizatorio; es el punto de partida de ese “diálogo” entre pasado y presente que nos ayuda a desvelar las sombras, pero sin que ello signifique el haber alcanzado la cima. Hans-Georg Gadamer (en su Arte y verdad de la palabra) sostiene que “el lenguaje en su función constituidora del mundo nos abre a la verdad, no la verdad en el sentido tradicional (…), sino a la verdad como fundación de sentido, como fundación de lo que, acaso luego, pero sólo luego, puede ser verdadero o falso como correspondencia pero que en el lenguaje ya es.” Esa no-ocultación de la “verdad” (la aletheia griega), ni más ni menos, no se queda sólo en el terreno reflexivo y especulativo, propios de la filosofía, sino que se transforma también en discurso científico, en hallazgo, en verdad revelada desde la observación empírica y desde el método. ¡La ciencia y sus portentos!

El gran edificio de la ciencia busca (como desde siempre lo pretendió la filosofía) desvelar de la experiencia sus más ignotos secretos. Ella sustenta sus fortalezas en el poder de la verificación; aunque ésta a la final no baste, porque como nos lo dice de nuevo Edgar Morin: “ni la verificación empírica ni la verificación lógica son suficientes para establecer un fundamento cierto del conocimiento. Este se encuentra, de golpe, condenado a llevar en su corazón una hiancia imposible de cerrar” (p. 23). Son esas brechas, esos hiatos, esos abismos propios del conocimiento los que impulsan a muchos a entregar sus existencias a la causa de la verdad como cima civilizatoria; a convertirse en paladines de la investigación, que a la larga le da sustento y razón de ser a sus vidas.

Esta tarde, uno de esos próceres civilizatorios, de esos incansables hacedores científicos, de esos maestros forjadores de escuela y de la episteme, se hace numerario en nuestra corporación. El Dr. Alfredo Usubillaga del Hierro ingresa hoy como Individuo de Número en el Área de las Ciencias Físicas, Matemáticas, Naturales, Químicas, de la Salud y Tecnología. Sus ingentes aportes en el campo de los productos naturales lo han erigido en figura arquetípica y su impronta generacional queda como huella indeleble en la historia de la Facultad de Farmacia y Bioanálisis, y de la institución universitaria. Tendrá la gran responsabilidad de recibirlo en nombre de esta noble Academia, el Dr. Rómulo Bastidas, Individuo de Número sillón 15.

Estoy convencido que el acto de esta tarde consolida aún más a este espacio de la ciencia y la cultura como punto de referencia local y nacional, y hace más pertinente su presencia entre nosotros. En nombre de la Academia de Mérida, que me honro en presidir, le doy la más cordial felicitación al nuevo numerario, y el agradecimiento al Dr. Bastidas por aceptar gustoso este elevado compromiso.

¡Enhorabuena! Y feliz tarde para todos.

Dr. Ricardo Gil Otaiza

Profesor Titular (J) de la Universidad de Los Andes. Presidente reelecto de la Academia de Mérida.  Escritor con 34 libros publicados en diversos

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