Por: Dr. Carlos Guillermo Cárdenas D.
Discurso en homenaje y reconocimiento al Dr. Germán Briceño Ferrigni (1932 – 1999) pronunciado el miércoles 27 de enero en el Gran Salón Tulio Febres Cordero del Palacio de Gobierno del Estado Mérida.
Después de la toma de posesión presidencial del doctor Caldera en 1969, la juramentación de los gobernadores fue el primer acto protocolar realizado. El líder del Copei merideño, Germán Briceño Ferrigni, tomaba juramento ante el Dios de sus padres, ante la gloria de la patria y ante la conciencia de realizar un gobierno probo y eficiente, el 13 de marzo de 1969.
Al siguiente día, el 14 de marzo, el joven político que ya había dado muestras de pertinaz luchador político, era recibido por una multitud de vecinos y pobladores de la ciudad que conservaba su apacible apariencia bucólica y estudiantil. Al aeropuerto acudió a recibirlo una multitud de jóvenes estudiantes, campesinos, trabajadores, profesores, maestros, amas de casas, ancianitos y ancianitas, que mostraban la ilusión de la mano amiga y generosa para aliviar sus angustias y estrecheces. Querían mirarlo, tocarlo, solicitarle una petición, pero centenares del común traían el sueño de la asunción del gobernante.
El novel líder socialcristiano que vio la primera luz el 7 de agosto de 1932, había formado su carácter y su personalidad en su juventud, dentro de una familia numerosa. Doña María Ferrigni y don Hilarión Briceño constituyeron el centro de un hogar levantado bajo las cristianas costumbres.
Su madre fue el prototipo de mujer discreta, fuente de afectos y querencias, que permitió el desarrollo del ser equilibrado y sano. El padre ejemplo de constancia en la lucha por el pan de sus hijos.
El pueblo de Chiguará, pequeño, adornado de paisajes hermosos, hacía el lugar propicio para una formación sana. No había motivo de preocupación por la seguridad, pues no se conocía la delincuencia. Formaba parte de nuestras comunidades del sur de la geografía regional.
El doctor Briceño comentaría: “En aquel cándido entorno, fuimos creciendo amorosos de la tierra y de sus gentes. El pueblo se nos metió tanto por dentro a punto que, cuando ya vivíamos en Mérida, apenas comenzada las vacaciones, ya estábamos allí para reunirnos con los Ramírez, los Pulido, los Dávila, los Delgado y empezar a programar los días de nuestro asueto, que llenábamos de fiesta y colores. ¡Qué vacaciones más maravillosas!. Aún me suena el recuerdo como una música lejana y próxima, como un sonido de ilusión, como un arpegio de azules quimeras”.
Más adelante agrega: “No podría olvidar las precesiones de Semana Santa, largas y solemnísimas, que nos convertían en una pequeña Sevilla, con el juego del volante que nos permitía –gesto profano en medio de días tan contritos y piadosos-, palmear a las muchachas en las caderas cuando dejaban caer el alígero y emplumado artefacto. ¡Qué tiempos bellos y azules que no me cansaría de evocar sino fuera, porque no quiero correr el riesgo de fastidiarlos!. Algún día, ahora lo prometo, escribiré una crónica larga de esa época inolvidable”.
En Memorias mínimas de Chiguará expresó: “Cuando se nos dice chiguareros sin cobija, aparte que se sugiere el hecho que no somos parameros sino moradores de una zona intermedia, a punto de hacerse calentana, se está reconociendo también que no nos escondemos bajo la manta de la murria, la pereza o el desgano, sino somos entusiasta y emprendedores. Por eso, a pesar que nos hemos regado por toda Venezuela, no conozco un sólo caso de alguno de nosotros que, en ejercicio de actividades grandes o modestas, no se haya esforzado por conseguir el éxito”.
Su formación después de los primeros balbuceos hogareños, los hizo en el la Escuela Manuel Gual de Lagunillas, el Colegio San José de Mérida y el Liceo Libertador.
Desde temprano sintió una especial admiración por el treintañero líder que veía crecer su prestigio nacional, con profundas creencias cristianas e incansable luchador: Rafael Caldera. Esa admiración se convirtió en entusiasmo contagioso, impulsado por el vigor juvenil, que iluminado con luz de horizonte marcó de alguna manera, lo que constituyó una vida dedicada al servicio social y público. Nacía de esta manera el liderazgo fundamental del socialcristianismo de estas tierras templadas.
Las filas del socialcristianismo comenzaron a colmarse de jóvenes que apenas despuntaban el alba del día. Un puñado de muchachos de variada procedencia, del páramo merideño, de la tierra baja, del campo y las montañas, universitarios, liceístas, daban vida a lo que ya comenzaba con vida propia, una organización política, que en sus comienzos tuvo una participación moderada, pero que dos décadas más tarde, se convertiría en la fuerza política que impulsó el primer presidente socialcristiano.
Entre esa muchachada destacaba la juvenil gallardía de Germán Briceño, con el inconformismo de la edad, acompañado de la disciplina que le imponía la responsabilidad que fue asumiendo con grandeza y coraje. Esa figura espigada y hasta presuntuosa, venida de un pueblo enclavado en la topografía de las montañas andinas, tomaba el ímpetu de elevarse hasta los riscos para izar la bandera de la esperanza y del resplandor del campo merideño.
Su anhelo aún impreciso los proyectaba a futuro, en una mezcla de fervor juvenil en la metrópoli, que era más estudiantil que turística. El joven montañez venido de Chiguará, con preclara inteligencia e inquebrantable voluntad de forjarse un nuevo amanecer, daba sus primeros destellos del hombre público que moldeaba su estatura, con los bríos de la fuerza, que le permitió durante buena parte de su vida pública, hacerse y encontrarse con las raíces de la Fe en Dios y en su talento.
Al concluir los estudios universitarios ingresó como profesor de Derecho Civil en la Universidad del Zulia y le correspondió ejercer la Dirección de Cultura durante el rectorado de José Domingo Leonardi. Bajo esta gestión rectoral, por auspicio de Germán Briceño y con la anuencia del autor Don Mariano Picón Salas, se publicó “Nieves de antaño”. Más tarde escribiría: “De las propias manos de Don Mariano, recibí los originales como si me entregara trozos de su corazón añorante”.
Paralelamente tuvo una corta experiencia como abogado en los escritorios de León-Briceño-Pinto-Salvatierra de la ciudad de Maracaibo y Pineda León de Mérida.
A su retorno a Mérida, ejerció la secretaria de la Universidad de Los Andes bajo el primer rectorado del doctor Pedro Rincón Gutiérrez.
Enseñó en las cátedras de Derecho Procesal y Derecho Civil. Fortunato González Cruz (1), su alumno, lo describe: “Se imponía en el salón con elegancia, autoridad, conocimiento y verbo, y el conjunto producía en quienes ocupábamos los pupitres una impresión tremenda que se suavizaba luego con el trato personal que nos ofrecía, no sin guardar distancia que no cedió jamás. En el partido se comportaba como profesor y su actitud para quienes formábamos la Juventud Revolucionaria Copeyana, era pedagógica, casi paternal, aunque severa. Se preocupaba por la marcha de nuestros estudios, por nuestros problemas económicos; y cuando la fiebre o el dolor nos golpeaba, alejados de nuestras casas en el trabajo político, allá en los pueblos o en las aldeas de los campos merideños, allí estuvo su mano acariciando la cabeza”.
Las palabras pronunciadas en el Aula Magna de la Universidad de Los Andes con motivo de apadrinar la promoción de abogados 1966, recordó que los abogados integraban una orden “tan antigua como la magistratura, tan noble como la virtud y tan necesaria como la justicia”. German Briceño añadió, que la abogacía nació para cumplir el nobilísimo cometido de restaurar la justicia, de la que es hija la paz. También recordó a San Agustín, cuando enseñó que “la paz es la tranquilidad del orden”.
Luego comienza su vida parlamentaria, primero como diputado y presidente de la Asamblea Legislativa, firmó la Constitución del Estado Mérida el 31 de julio de 1961. Ejerció la representación merideña ante la Cámara de Diputados en los períodos sucesivos de 1964-69, 69-74 y 79-84. La representación ante la Cámara Alta, la ejerció en los períodos 1974-79, 85-89 y 89-94. El parlamentario Alfredo Tarre Murzi escribió en el año 1993: “Nadie como él merece continuar en el Congreso, por su talento, bagaje cultural y, sobre todo, por su amor a Venezuela a través de la tierra nativa, que hoy lo exalta como uno de los valores más esclarecidos de la República”.
Como parlamentario, en palabras del expresidente Ramón J. Velásquez, fue catalogado como el “mejor orador del parlamento venezolano y uno de los más elocuentes de América Latina”.
Si el discurso en el hemiciclo del soberano Congreso Nacional con motivo de la conmemoración del 5 de julio, es una de las piezas oratorias más célebres en la historia del parlamento nacional, no menos lo fue el pronunciado el 8 de octubre de 1992 en el Paraninfo de Las Academias en Caracas, con motivo del traslado de los restos mortales de Mariano Picón Salas a Mérida. El expresidente Velásquez la cataloga como “una pieza de antología, por la descripción cabal de la personalidad y obra del Maestro y por su elogio a la heredad andina, como tierra de paz y de cultura, rica en una tradición en donde el amor al terruño ha sido siempre unido al amor a las letras y al cultivo de los valores que conforman y mantienen una sociedad organizada. Mundo reñido por su tradición y obras con el calificativo de tierra de bárbaros, con el que la pasión política pretendió alguna vez, pintarla”.
Al describir a Mérida como ciudad de libros, expresa: “sigue siéndolo ahora y habrá de serlo siempre. Por haber sido ciudad de libros, lo ha sido, también ciudad de escritores de los que, sin duda, Picón Salas es el más alto y completo. El será el arquetipo de aquel ingenio excelente, agudo y perspicaz, que cuando se aplica a las letras sale aventajado. Picón Salas será vocacional y profesionalmente un escritor casi desde su niñez, cuando se atrevió, con juvenil petulancia, a querer entablar correspondencia con don Julio Cejador, incidente en el que se recrea erudita y graciosamente Domingo Miliani, cuando estudia sus albores literarios”.
Escribió: “Mérida en tres solares”, “Choequhanca, profeta del libertador”, “Acacio Chacón, la mitra hecha cúspide”, “El Bolívar de Alejandro Alcega”, “Piedras de dura esperanza”, “Nieves y mieses”, y al final de su trayecto fructífero como escritor “Paisanos y vecinos”.
Germán Briceño fue un orador que descolló en la plaza pública ante el pueblo que lideró por cuatro décadas, en la tribuna de oradores del parlamento nacional y, en el podio de las academias y en el paraninfo de las universidades. Su verbo claro y prístino retumbó en los escenarios más variados y disímiles. Tuvo el don de catapultar a la audiencia con sus expresiones elocuentes que fueron el mejor testimonio del hombre cultivado en intelecto y talento.
Esa simbiosis de tribuno de la plaza pública y fina pluma de escritor, inusual por demás, en Briceño Ferrigni tuvo una excepción que lo llevó a recorrer el mundo político y el mundo intelectual con una propiedad, que sobresalió en los escenarios más nutridos y también más refinados. Abordaba un tema taurino, una anécdota histórica, una aproximación filosófica o una disquisición literaria, como el más experto y ducho. Su expresión era directa y contundente. Alejado de la lisonja y el servilismo, reconoció los méritos y el talento de quien lo merecía.
Su mole fisonómica lo aparentaba distante y algunas veces infranqueable, pero al hombre de cuerpo y alma lo acompañaba una inmensa calidad humana y me atrevería a señalar hasta de sencillez. En muchas oportunidades, se le escuchó expresiones tan elocuentes en sus diálogos con la gente humilde de los campos y barriadas, que la admiración hacía él crecía y se agigantaba, como un verdadero conductor de masas.
El arraigo que alcanzó en las comunidades como político y luchador social, aunado a un talento muy particular, hicieron de él, uno de los políticos más sobresalientes de la historia de estos dos siglos de vida republicana merideña.
Cuando su productividad intelectual, como escritor e intelectual. estaba en el máximo rendimiento, una inesperada enfermedad lo doblegó. Aunque se ufanaba de gozar buena salud, la jugada del destino no respetó aquella humanidad que fue fortaleza corporal. Unos días antes de su agravamiento, lo visité en el lecho de enfermo en representación del equipo rectoral. En los pocos minutos de intercambio, se mostró como siempre, colmado de entusiasmo, pero también preocupado por el rumbo que el país parecía tomar. La ausencia de principios y de ética que acompañaba al liderazgo nacional y regional fue motivo de reflexión. La pérdida de los principios que había regido siempre la conducta del político, cuando él fue protagonista y actor fundamental del quehacer regional y nacional, le producía un vacío que cavilaba el espíritu. Expresiones como “constancia y más constancia, paciencia y paciencia, saber esperar el momento oportuno para definir la lucha y la conducta a seguir” se le escuchaba con cierta insistencia.
Tuve el privilegio de gozar de su generosa amistad, de compartir en la Universidad, de escuchar sus consejos y oír sus experiencias. Profesaba una Fe sin equívocos, sabía esperar, tenía sentido de la oportunidad y el tacto de la prudencia. Cuando acudí a su lecho de enfermo que ya aparecían signos de su debilidad física, me preguntó: ¿Cómo está la Universidad caño bravo?, como me llamó desde adolescente” (2).
Bajo los preceptos del respeto, la unión y el amor, con Marina Colmenares su compañera de muchos años, mujer de excepcionales virtudes y nobles condiciones humanas, criada bajo la Fe cristiana, formó una familia compuesta por Germán Alberto, abogado; Natalia, estudió y se graduó de médico cirujano en la Universidad de Los Andes y cursó la especialidad de oftalmología en Caracas; y Adriana, la menor, Arquitecto, también egresada de la Universidad de Los Andes.
El 19 de marzo de 1999, su luz se apagó para cumplir los designios de la providencia. La catedral de Mérida, colmada con gente de todos los sectores de la vida merideña y con una caificada representación nacional, me correspondió, ante su féretro, pronunciar breves palabras de despedida a nombre de la institución universitaria, que en vida le sirvió.
El académico y profesor de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas Fortunato González (1) sobre su obra literaria señala: “Sus escritos eran un modelo de finura, con expresiones y metáforas que le daban fluidez y gracia a su literatura, sustentaba sus ideas en los autores apropiados sin recurrir a citas de ocasión, para concluir con proposiciones explicitas y pertinentes”. Más adelante añade: “La amistad era para él un valor fundamental y se cuidaba de expresiones contra nadie que no fuesen críticas a acciones o criterios que no compartía. Cuidaba el lenguaje, los modales, la expresión corporal y la vestimenta. Era un hombre elegante, impecable, de gusto exquisito, que supo disfrutar de las cosas buenas de la vida y aguantar con reciedumbre los momentos aciagos. Católico de misa dominical, comunión ocasional y rosario de familia. ¿Alguien puede imaginarse un mejor exponente de la Mérida de los Caballeros?.
Asdrúbal Baptista (3) merideño por antonomasia, viajero por los caminos del mundo tuvo palabras hacia don Germán: “Para mi generación en la vida de Mérida que sigue a 1958, el nombre de Germán Briceño Ferrigni llegó a ser, y no pudo haber exageración, en mis recuerdos, casi mítico. El tiempo que se le concedió ha concluido. Conductor de inquietudes juveniles en años azarientos. Recio, como acaso ninguno entre los vendavales políticos de la época. Su porte, de linajes ya idos, y su palabra, precisa y atinada, marcaron una época agria, que demandaba firmezas e imponía lealtades”.
Monseñor Baltazar Porras Cardozo (4) escribió desde Madrid: “Recibo la infausta noticia de la muerte de Germán Briceño Ferrigni. Hace apenas diez días coincidimos por última vez en el Salón Rectoral Fray Juan Ramos de Lora de nuestra máxima casa de estudios. Se presentaba la revista institucional de la Universidad de Los Andes en la que ambos colaboramos. Desde su medio retiro de la actividad política activa, su sed de letras y luces, tragaba libros, escribía con agudeza y disertaba con verbo fácil y elegante. Tenía un dominio envidiable del idioma y lo manejaba con donosura”.
Su sobrino el académico doctor Álvaro Sandia Briceño, escribió sobre su tío: “Germán Briceño Ferrigni fue un gran familiar, cercano y amigo de todos. Presto para la consultas y la solución ante del problema surgido. Asumió el cargo no estipulado en los cánones de ser el jefe de la Familia cuando el abuelo Hilarión falleció el primero de octubre de 1956. Germán tenía 24 años, estaba residenciado en Maracaibo, donde era Director de Cultura de la Universidad del Zulia y regentaba las cátedras de Derecho Civil I y II en esa casa de estudios. Germán nunca se separó en el afecto de Mérida, aún en sus incursiones profesionales y universitarias en Maracaibo o en las parlamentarias de Caracas. Viajó por América y por Europa y de cada nueva ciudad parecía un viejo conocido porque la historia, los acontecimientos, los personales y la geografía no le eran ajenos dada su infatigable labor de lector impenitente. Hizo de su apacible retiro en el cercano Cacute y del fundo familiar Quizná en Chiguara, dos polos de convergencia familiar, donde disfrutaba de la cercanía de hermanos, cuñados, primos y sobrinos en paseos campestres, sazonados con tal cual sancocho y alguna carne asada. Acudía a su prodigiosa memoria para relatar cuentos y anécdotas referidos a parientes de dos o tres generaciones atrás. El prematuro fallecimiento, cuando se podía esperar de su fecunda vida intelectual y de su afecto familiar, no ha tenido sustituto, ni creo que se consiga después de veintiun años de su partida. Cuando moría alguna persona importante, Germán solía decir: va a ser un hombre faltoso. Yo quiero utilizar también esta palabra para referirme a él, decididamente, Germán Briceño Ferrigni es un hombre faltoso”.
Sin equívocos, su legado perdurará en el tiempo como ejemplo de hombre probo y consecuente de las causas de la gente humilde y nuestra geografía regional. Acostumbraba a expresar que “el campesino crecía hacia adentro sobre el piso de una ingenua y rica espiritualidad y, hacia afuera, en la entrega ritual a la tierra, cuyas laderas y hondonadas poblaban de cafetos y cañamieles, de rebaños de ganado y de huertos de frutos menores. Sobre esos fundos y conucos, rielaba el sol de las regiones aledañas a la selva húmeda, para entonces tupida, endrina misteriosa, o se escondían broncosos rayos y centellas, que empequeñecían a la gente pávida y creyente. Pero las faenas camperas seguían, consuetudinarias e ininterrumpidas, sin que las veleidades de la naturaleza frenaran la voluntad recia e indomable” (5).
A manera de colofón
Acto de gran nobleza el de hoy. De justicia y reconocimiento a la figura histórica de un hombre que hizo historia en su paso terrenal por estas montañas y valles.
Siempre ocupó su lugar con señorío, consciente que representaba lo más alto y completo de la intelectualidad Mérida.
Fue un político en torno a quien no dejaron de suscitarse ácida polémicas, que en nada menoscabaron la sólida obra cumplida como gobernante merideño. Recibió todo tipo de magnificencia y Mérida lo colmó de todas, las que podía recibir, un político e intelectual.
Profesaba una Fe sin equívocos, sabía esperar, tenía gran sentido de la oportunidad y el tacto de la prudencia. Manejó el arte de la escritura con diestra mano y claro pensamiento.
Al invocar su nombre en tiempos de tanta congoja y ansiedad, el ejemplo y legado de Germán Briceño Ferrigni debe ser tallado en la piedra del mármol perenne, que sirva para emular la obra grande de un hombre que amó esta tierra más que a su propio ser. En ese lejano mundo de la eternidad, desde los confines de lo desconocido, estará Don Germán vigilando a las cabezas rectoras de los tiempos presentes, para que corrijan lo errores y enrumben a la república por caminos de progreso y libertad.
Germán Briceño merece una exégesis profunda de su obra, de su desempeño como gobernante, de su pensamiento. Tal vez fue figura solitaria de la grandeza y de la magnanimidad. Desafió el peligro con su verbo único, excepcional. La sobria austeridad que le caracterizó en su vida de hombre y político. Su actuar con gran sensibilidad humana, fundamentalmente a los más desposeídos, fue un sello que le acompañó desde joven en las primeras lides políticas. Le escuché decir que había compartido tiempos decembrinos con campesinos humildes, en caseríos recónditos de la geografía regional.
Modesto de bienes, retornó a su amada tierra que le sirvió de pedestal para el liderazgo. Entendió y practicó que la política es ejercicio noble y transparente de servicio público. La tierra acogió su cuerpo que fue semilla del ideal y el pensamiento social cristiano, que impulsó con sentido de grandeza y reciedumbre.
Germán Briceño, su figura y su ejemplo crecen en la república que pareciera que cada día se hace más distante el retorno al ejercicio público pulcro y decente. No en vano luchó y dejó un legado que recogerán las generaciones que levantan su esperanza y su Fe en un horizonte promisor.
Acto de gran nobleza el de hoy. De justicia y reconocimiento a la figura histórica de un hombre que hizo historia en su paso terrenal por estas montañas y valles.
Gracias al señor gobernador del Estado Mérida Don Ramón Guevara y al señor Secretario General de Gobierno Don Arquímedes Fajardo, por haber aceptado y promovido este acto de tantas luces y reconocimientos hacia Germán Briceño Ferrigni.
Gracias por vuestra paciencia de escucharme. Gracias.
Dr. Carlos Guillermo Cárdenas D., Miembro Correspondiente Estadal de la Academia de Mérida
Imagen de fondo: Germán Briceño Ferrigni. Óleo sobre tela de Francisco Lacruz (2004).