INCORPORACIÓN DE LA DRA. CHRISTI RANGEL GUERRERO EN EL ÁREA DE LAS ARTES, LAS LETRAS, LAS HUMANIDADES Y LAS CIENCIAS SOCIALES

Discurso pronunciado el día miércoles 31de enero de 2018

 Por Dr. Ricardo Gil Otaiza

Presidente de la Academia de Mérida

Para la Academia de Mérida cada incorporación es una inmensa alegría, ya que implica nutrir sus filas de nuevo talento que hará de ella una fortaleza en diversos órdenes de su acontecer. Desde hace mucho tiempo, más allá de los clásicos de la administración y de la empresa como lo son Taylor y Fayol, el ser humano se contentaba con saber que el formar parte de una organización no representaba otra cosa distinta a ser parte de un mero engranaje dentro de un mecanismo o estructura. Es decir: meras piezas al servicio de unos objetivos que jamás tocaban, ni siquiera de manera tangencial, los intereses de sus integrantes. En la medida en que nos adentramos a un modelo organizacional científico y más humano, ese panorama se fue transformando hasta hacer de dichos entornos, espacios para la interrelación permanente. El viejo concepto de organización que reza que se trata de un conjunto de personas alrededor de unos objetivos y de unas metas, hoy se expande para connotar espacios creativos, en los que el trabajo no representa ya una forma de esclavitud (aunque la siga habiendo bajo otros ropajes), sino de crecimiento compartido. Cada miembro de una organización es clave a la hora del necesario cotejo entre el Deber y el Haber, y su impronta se hace exponencial en la medida en que esa sumatoria de esfuerzos individuales y colectivos se conjuntan, para así alcanzar matices de crecimiento y de desarrollo corporativo y humano.

De alguna manera la Academia de Mérida ha entendido a lo largo de sus 25 años de existencia, que el sentarse alrededor de una mesa para debatir pensamiento y realidades, o para patentizar conocimiento científico y arte, es tarea que va más allá del artículo de una ley que lo establece, o de un programador articulado con el organismo rector, o del compromiso moral contraído a la hora de hacerse un juramento en una Sesión Solemne, para internarse en las profundidades de una relación dialógica que deberá trascender el ahora para hacerse presente, y luego historia. Pero entre el presente y la historia no hay brechas posibles, ni tampoco caminos extraviados: hay, eso sí, lo que solemos despachar con pasmosa indiferencia con el sencillo vocablo de “vida”. Las realidades se construyen en espacios infinitesimales, en fracciones de segundos, en derroteros que son o no alcanzados por las personas, y no hay remedio posible. Las vidas de las personas y de las instituciones se construyen o se tiran por la borda. Cuando se opta por lo primero no caben las excusas, ni siquiera los dobles discursos, porque lo único que nos queda es mirar al frente en pos de los destinos que nos aguardan.

Cada nueva incorporación es expectativa y reto institucional; es la espera silente y anhelante de nuevos brillos y de nuevos ímpetus; es el depositar en quien entra uno y mil votos de confianza de que su juramento se patentizará en esfuerzo, en aportes, en ideas, en energía, en horas de asistencia, en ponencias, en trabajo creador, en camaradería y amistad, en sumatoria exponencial de trabajo personal y organizacional. En otras palabras: en pedazos de nuestra historia colectiva. No se entra a una Academia por esnobismo, o para lucir una entrada más en nuestra hoja de vida, o para sentir cómo ese gusanito llamado ego nos susurra al oído cuán importantes y grandes somos. Nada de eso. Ingresamos porque la institución considera que nuestra participación es necesaria para los retos comunes y porque muy dentro de nosotros deseamos dar algo, aunque sea un poquito de lo que llevamos dentro, y así contribuir con la casa que nos abre sus puertas, y también con la ciudad y el país. Aquí, en estos mismos espacios que nos abrigan, ha habido debuts y despedidas casi simultáneas. Gente que ha entrado con mucha bulla y parafernalia y más temprano que tarde sus rostros se han desdibujado, como lo hacen los sueños cuando aparecen las primeras luces del alba.

Cada incorporación es para quien es objeto de ella motivo de orgullo, sin duda, una alegría personal y familiar, pero también deberá ser además un elevado compromiso de honor que nos impele a tomar partido por todo aquello que tenga que ver con la institución que nos recibe, para ponernos en sus filas y a su servicio. Esta institución no es, pues, una feria de vanidades, ni una mera competencia entre quienes ostentan elevados títulos e ingente obra libresca o de otra naturaleza, sino receptáculo de disímiles confluencias científicas, artísticas e intelectuales, puestas a la disposición de una corporación que las valora en su justa dimensión ontológica, y que las pone al servicio de una entidad afligida en múltiples variables que hacen de su trasiego existencial una dura batalla por la decencia y por la vida.

Si todo lo que ha emergido de estos hermosos espacios, o gracias a ellos y al ingente talento de sus miembros (Verbigracia: proyectos, informes, libros, planes, conferencias, conversatorios, propuestas gubernamentales, lineamientos, declaratorias, artículos, tesis, comunicados, cartas abiertas, y un sinfín de obras más de diverso y elevado tenor) hubiese sido puesto al servicio de la ciudad y de la región, como era su objetivo teleológico inicial, créanme distinguidos señores que Mérida sería hoy un modelo de perfección ante la nación y el mundo. Que me baste un solo ejemplo para ilustrar lo anteriormente expuesto: fue la Academia de Mérida, en la persona del eximio y recordado Dr. William Lobo Quintero, expresidente de la misma, quien llevó adelante el proyecto Mérida ciudad sostenible, una ciudad para la gente, que se patentizó en varios libros de gran envergadura que le ofrecen a la ciudad y a la región una mirada múltiple y diversa frente a la ingente problemática en todos los órdenes de su vida y de su acontecer. Nada de lo humano y lo divino escapó a la lupa escrutadora de la legión de expertos, especialistas, intelectuales, docentes, artistas, planificadores y teóricos convocados por el Dr. Lobo Quintero, para darle forma y estructura a sus inmensas inquietudes y angustias en torno a la ciudad que tanto amó. Si nuestros gobernantes locales de turno hubiesen prestado un mínimo de atención al valioso material expuesto en dichas obras, que va de lo abstracto a lo concreto (es decir, de la mera teoría y fundamentación, al planteamiento de salidas y soluciones frente a las dinámicas planteadas) otra sería nuestra realidad y nuestro presente. Lamentablemente se hizo caso omiso, y hoy vivimos las nefastas consecuencias de una entidad caotizada, hundida en el estercolero de la basura, sumida en múltiples epidemias que les roban la salud a sus habitantes; plagada de miseria, desorden urbanístico y vial, tomada por vándalos, con pésimos servicios públicos, con un entorno deteriorado, con ríos enfermos (el Albarregas fenece), con un páramo impactado y devastado, con una sierra en la que ya no avistamos sus legendarias nieves eternas.

Distinguida colega Dra. Christi Rangel, esta es la trayectoria y la premisa de la institución a la que usted hoy se incorpora con alegría. Y lo hace con múltiples merecimientos, al ostentar una hoja de vida de arduo trabajo en las ciencias sociales y afines. Su experticia en finanzas públicas y en estudios provinciales y locales, hace que sea en lo sucesivo talento clave al que esta ilustre corporación eche mano, en la conquista de nuevos espacios en la labor multidimensional y de gran pegada que desarrolla desde hace más de un cuarto de siglo. Ingresa usted a una institución multidisciplinaria  y transdisciplinaria en la que hallará pares académicos, pero sobre todo amigos dispuestos a estrechar su nueva voz para así alcanzar la anhelada sinergia, que haga posible que la resultante del esfuerzo mancomunado, sea superior al que de manera individual seamos capaces de alcanzar. Para decirlo en el lenguaje de las ciencias sociales (y en particular en el de las ciencias organizacionales): nos gusta el trabajo en equipo y que haya resultados.

En nombre de la Academia de Mérida, que me honro en presidir, reciba la más cordial bienvenida y nuestros deseos para que halle en estos espacios coloniales que le sirven de sede a la corporación, los alicientes y el estímulo científico y espiritual para que continúe abordando con éxito sus actividades en beneficio de ésta, su nueva casa, de la ciudad de Mérida, y de la humanidad.

Con mi abrazo.        

 

 

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