PARA RESPONDER AL DISCURSO DE LA DOCTORA PATRICIA ROSENZWEIG EN SU INCORPORACIÓN COMO INDIVIDUO DE NÚMERO A LA ACADEMIA DE MÉRIDA

Por: Dr. Adelis León Guevara

Individuo de Número de la Academia de Mérida, Sillón 4.


Qué sed

de saber cuánto.

¡Qué hambre

de saber

cuántas

estrellas tiene el cielo….

El tiempo se hizo número

La luz fue numerada.

   (Pablo Neruda, Oda a los Números)

 

Cuenta ella misma, la astrofísica norirlandesa Jocelyn Bell, que un maestro de física, que no fue Antony Hewish, le recomendó: “No tienes que aprender montones y montones de datos; solo aprende unas pocas cosas claves y…entonces podrás aplicarlas y construir y desarrollar sobre ellas… Fue un gran maestro, y me mostró cómo, en realidad, la física es sencilla”. Sí, la física y cualquier otra ciencia, para quienes conozcan su metalenguaje, no tiene ninguna dificultad y resulta sumamente asequible llegar a ella, pero para mí, que ni siquiera el de la mía domino, si que es un verdadero escollo. No soy físico ni astrofísico y ni aun la supuesta ciencia a la que me aplico, con mucha dificultad, por cierto, tiene que ver con la astrofísica ni con la mera astronomía, a no ser por aquel dicho, un tanto virulento y chistoso, de que los poetas vivimos en las nubes, que es como decir en la luna, para endilgarnos un estado de ociosidad y vagancia, reñido con el raudo vagar de los cometas. Mis conocimientos sobre el espacio sideral no van más allá del asteroide B-612 y eso, gracias a Antoine de Saint-Exupery que trajo de allá al Principito, y me enseñó, entre otras muchas cosas, “que caminando en línea recta, uno no puede llegar muy lejos”. Trataré, pues, de serpentear estas palabras para no quedarme rezagado en el intento.

Como quiera que Aristóteles tuvo la ocurrencia de colocar la Poética antes de la Física, pensé que el estagirita le daba un valor incalculable a la poesía, sin desdeñar, desde luego, el de la física, y me animé al compromiso de aceptar y escribir estas palabras que contestan las de la doctora Patricia Rosenzweig para ingresar como Individuo de Número en nuestra Academia de Mérida. Confieso, aunque nunca se lo expuse, que en un principio intenté rehusar el compromiso dada mi incapacidad manifiesta y notoria, pero pudo más la silenciosa admiración, ahora lo declaro, hacia ella, disimulada, hasta entonces, por la postilla de mi timidez.

Pero creo que no debo estar tan desorientado en ese universo infinito de cometas, agujeros negros, púlsares, estrellas caníbales y tantas otras cosas, pues no hay duda de que la poesía y la física no han estado tan distantes como a menudo se piensa. De cierto que el poeta tiene algo de científico y éste mucho de poeta, pues el punto de partida de sus actividades es para ambos la fantástica imaginación o, para decirlo con palabras de Stephen Hawking, “sus disciplinas buscan lo mismo, cual es, comunicar la belleza del mundo que nos rodea”. Próximo al Parnaso, en el Monte Helicón, donde convivían cantando y danzando las hijas de Zeus y Mnemósine, una de las Nueve representaba la astronomía y le dieron el espléndido nombre de Uranía, y suele personificarse vestida de azul para emular la bóveda celeste, con una diadema de estrellas y esparcidos sobre sus pies innúmeros de instrumentos matemáticos, pues que en sus inicios fue la Musa de la poesía astronómica y más luego de las ciencias exactas. Su genealogía se relaciona con la preeminencia de la música en el universo, no solo para deleite de Zeus y los otros dioses, sino que rigen el pensamiento en sus distintas formas: elocuencia, sabiduría, matemática, astronomía, historia. El viejo Hesíodo, incluso, elogia sus funciones asignándoles servir a los reyes, sugiriéndoles persuasivas palabras para calmar las contiendas y restituir la concordia entre los hombres. Se sabe que el primer libro griego sobre astronomía, atribuido a Tales de Mileto, estaba escrito en hexámetros dactílicos, mismos en los que están los más de 15000 versos de la Ilíada de Homero quien, además, en la Odisea, habla de constelaciones, cúmulos estelares y estrellas para ayuda de los navegantes. Tengo, pues, alguna razón para aspirar, no se si por naturaleza o por ley, a un pequeño parentesco con la estirpe del universo interestelar.

Vistas así las cosas, no nos extrañemos, entonces, que al poeta portugués Fernando Pessoa le haya parecido el binomio de Newton tan bello como la Venus de Milo, pero que poca gente se da cuenta de ello. ¡Lástima grande! decimos nosotros. O que al también poeta español Rafael Alberti le haya embelesado tanto el número áureo o divina proporción, que encontramos no solo en las figuras geométricas, sino también en la naturaleza, como por ejemplo, en los fósculos de las flores compuestas de los girasoles. Esa fascinación la expresa el poeta gaditano en un bellísimo soneto, del que no puedo ni quiero abstenerme de compartir con ustedes su aurea belleza, aun a riesgo de abusar de vuestra paciencia:

 

A ti, maravillosa disciplina,

media, extrema razón de la hermosura,

que claramente acata la clausura

viva en la malla de tu ley divina.

A ti, cárcel feliz de la retina,

áurea sección, celeste cuadratura,

misteriosa fontana de mesura

que el universo armónico origina.

A ti, mar de los sueños, angulares,

flor de las cinco formas regulares,

dodecaedro azul, arco sonoro.

Luces por alas un compás ardiente.

Tu canto es una esfera transparente.

A ti, divina proporción de oro.

 

Y es que esa mesura que el universo armónico origina está también en el poema, en una catedral o en una sinfonía y si de aquél, del universo armónico, se saliera de su órbita un astro, el cosmos volvería a ser caos, como caótico se volverían aquéllos, si se rompiera el ritmo, la medida o una nota musical. Física, matemática y poesía han andado siempre de la mano desde los lejanos tiempos pitagóricos. Fray Luis de León, el salmantino poeta, nos lo recuerda para la música en la Oda III a Francisco Salinas:

 

Y como está compuesta

de números acordes,

luego envía

consonante respuesta;

y entrambas a porfía

se mezcla una dulcísima armonía.

Y más luego, antes de que lo asara la inquisición como a un pollo, el insigne Giordano Bruno, sobre su teoría de la infinitud del universo, en esta estrofa de un poema suyo, traducido por nuestro siempre recordado filósofo Ángel Cappelletti:

 

Por eso, las seguras alas tiendo

sin temer choque de cristal o vidrio,

mas hiendo el cielo y subo al infinito.

Y mientras de mi globo saco a otros

y por el campo etéreo más penetro

lo que otros ven de lejos,

atrás dejo.

O ese sueño de piedra, de música callada o inmensa parva, con espigas de rezos, como Gerardo Diego y Jorge Luis Borges han visto las catedrales; o el átomo que el poeta Jorge Guillén sigue viendo triste, siempre invisible; o el ruido que hace, cuando cae en el agua, el del poeta malagueño  José María Hinojosa y engendra una onda perfecta y clásica; o el  concepto que Feynman dijo en su tiempo que la física no sabe (o no sabía) qué es todavía, y que Jorge Guillén lo encuentra y se realiza: tanto a fuerza de dicha/ que ella y yo por fin somos/ una misma energía; o el pulso de la noche como ha visto Gerardo Diego el péndulo; o esa eternidad hecha minuto, como Vicente Aleixandre  vio el concepto absoluto en el paradigma newtoniano; o esas estrellas, que de lejanas que son/ suprimen/ las distancias del mundo, tal como ha visto el paralaje el poeta Pedro Salinas; o la fascinante  propagación de la luz, luz de la luna lorquiana, conque el poeta granadino iluminó a Amnón los pechos de Tamar: Amnón estaba mirando/ la luna redonda y baja,/ y vio en la luna los pechos/ durísimos de su hermana; o, finalmente, esa maravillosa brillantez con que el poeta Paul Éluard describe el nombre de la libertad en la verdad física:

 

En las formas centellantes,

en las campanas de colores,

en la verdad física,

escribo tu nombre

libertad.

 

Colegas académicos: El azar, o tal vez algo que no se nombra con esa palabra para regir las cosas, según el verso borgiano, trajo a estas tierras andinas a nuestra recipiendaria. Refiere ella misma que estando en Génova, Italia, sus padres solicitaron visas para viajar a Brasil y, al mismo tiempo, por recomendación amiga, lo hicieron para Venezuela. La madre, cautelosa como todas, hizo que el padre jurara sobre la Biblia que la primera respuesta del país en atender la petición, sería el destino a escoger. Al instante se recibieron contestaciones de los dos consulados, con apenas minutos de diferencia. El que la doctora Patricia Rosenzweig esté hoy aquí con nosotros es la prueba convincente de que fue Venezuela el país que hizo la primera llamada. ¡Exaltemos, pues el portentoso azar! Refiero también el hecho de la señora que preguntó a los padres de la doctora Patricia el color de las montañas que tenían al frente, cuando llegaban al puerto de La Guaira y como fue verde la respuesta de los viajeros, verde también la esperanza que les auguró la señora. Y de cierto que así fue, pues con la lección paternal de que todo se alcanza con trabajo, honestidad y esfuerzo, cualesquiera de los obstáculos serían vencidos, como al efecto lo fueron con tenacidad y firmeza. De que la resolución de venir a Venezuela fue un acierto, o una bendición, lo reconoce con agradecimiento la doctora Patricia y carga siempre en su recuerdo el amor de los padres por este país y la reiteración para que ella le sirviera con probidad y rectitud, si bien, aquel que los recibió, y evoca ella con nostalgia, no es el vejado y destartalado país de ahora. Allí donde el caudaloso y oscuro Caroní emprende viaje al soberbio Orinoco, Puerto Ordaz la recibió para realizar sus estudios de primaria y secundaria. Allí, también, se enamoró de las ciencias y éstas le   correspondieron y optó por estudiar en una Facultad que las incluyera en sus pensa de estudio. Otra vez el prodigioso azar, con la complicidad misma de la técnica maternal, tomando ella la determinación de inscribirse en todas las Facultades que incluyeran los estudios de ciencia y eligiera por aquella que le abriera primero las puertas, ocurrió que nuestra Universidad de los Andes inauguraba la primera clase en la recién creada Facultad de Ciencias, en marzo de 1970. La ventura y la eventualidad se unieron, pues, para que la doctora Patricia Rosenzweig ingresara a nuestra Universidad y le diera los honores que le ha dado con su dedicación y esfuerzo en la investigación y la docencia. Lo que sigue ya lo hemos escuchado de su propia voz y lo pregona el eco de la Universidad, que conoce y celebra la fortuna por haberse llegado ella a esta Mérida de encanto, bruñida de oro por soles vesperales y ostentando el abigarrado tapiz de tímidas gramíneas que mueven, esparcen y desordenan el color de sus montañas. En nuestra Universidad recibió la Licenciatura en Física, el 10 de diciembre de 1975 que, curiosamente, después de una década ha sido decretado como Año Internacional de la Física. En 1982 obtuvo su Maestría en Ciencia en la Universidad de Toledo, Ohio, casi el mismo día en que obtuvo su Licenciatura y en 1987 recibió el PHD en Física, también en la Universidad de Toledo, Ohio. Tiene, la doctora Patricia Rosenzweig, como señala el común amigo, también astrofísico, Marcos Peñaloza, “un gran talento para perseguir cualquier sueño que considere atractivo hasta hacerlo realidad bajo el acicate de su propio reto…La motivación al logro es su principal satisfacción. Le gusta hacer bien las cosas…tanto en lo personal como en lo académico, traducido no solo por el máximo grado otorgado por universidad alguna… sino también por los premios y reconocimientos” recibidos. Siempre he admirado en la doctora Patricia Rosenzweig su singular capacidad intelectual, su tenacidad en el trabajo y su nobleza para con sus compañeros, colaboradores y amistades en general. La perseverancia en lo que se propone hasta lograrlo, así como la curiosidad, la persistencia, la paciencia y la disposición al trabajo, condiciones insuperables para ser un científico, son otras de sus virtudes que, de no serlo no hubiese podido vigilar, con el fragor con que lo hace, el curso de los astros y la impaciencia la hubiera derrotado. En el infinito campo de la astrofísica y en el finito de las competiciones humanas no hay quien la derrote, pues la sensatez, la responsabilidad y la adherencia con su modo de actuar, blasones son con los que suele ir a la palestra. Tres cosas de la doctora Patricia que pocos conocen, que aludo solo para complacencia del recuerdo y encanto de la nostalgia: ella es una excepcional amazona, aventajada discípula del padre, que recuerda con veneración y terneza. Su apego a la equitación es tanta, que en el cumplimiento de la disciplina lo que más le afligía era que la sancionaran con no ejercer su diversión de montar a caballo. No creo que hubiese alternado su maestría, pero si hubiese seguido en los estudios de la guitarra, seguramente Alirio Díaz lo hubiese festejado con fruición, pues su inclinación a la música, legado de la madre, fue su primigenia vocación, acallada por aquella que traspasa el aire todo y llega a la más alta esfera, donde sus astros surcan el enigmático universo. A medida que pasa el tiempo, la doctora Patricia sabe que la luz de la luna y las canciones de amor nunca pasan de moda y si no fuese por la particularidad de este acto, le pediría que nos evidenciara lo expresado cantándonos, como suele hacerlo con delicadeza y finura, la famosa canción de Herman Hupfeld, que muchos hemos tarareado, escuchándola en la película Casablanca; ella probablemente, por timidez rehusaría, argumentando la ausencia de Dooley Wilson para que la acompañara al piano.

Qué momento más ostentoso y espléndido para un astrónomo que una noche bajo un cielo estrellado y una fulgente luna, como la que ilumina la copla de: y a la orilla del estero, alcaraván que no duerme, porque esa luna de enero no hay bicho que no despierte. Y si esas noches se congregan con la inmensidad del mar, la infinitud del universo parece engrandecerse aun más. Bien, esas noches, ese cielo y ese mar fueron la sagrada forma con que el Altísimo bautizó la vocación de la doctora Patricia Rosenzweig y sacramentó, con el sabor de la imaginación, su ingreso al mundo sideral. De aquel entretenimiento infantil de mirar el cielo durante su viaje transoceánico, surgió su amor por los astros, que más luego la llevaría al estudio de la astrofísica, cuyo campo de estudio, infinito es, tal como la infinitud de los cuerpos que vagan y transitan por el firmamento, al que Dios, en su segundo día de creación, llamó cielo. Encontrar esos objetos, velar su curso, estudiarlos y analizarlos ha sido la misión académica de la doctora Patricia y lleva en eso más de 40 años en su empeñoso afán de investigar, enseñar y expandir lo que ha aprendido. Su regocijo como apasionada de la investigación   ha sido descubrir nuevas cosas, gravitar en su cúmulo globular M13, entre otros, tal como se desprende de los múltiples trabajos realizados bajo la mirada de sus Maestros, en especial del doctor Wayne Osborn y el argentino Juan José Clariá, sin desdeñar la adhesión de los compañeros que con ella abrieron los caminos que alborearon el horizonte de los estudios de astrofísica en nuestra Universidad.

Colegas académicos: de cierto que esta Academia se complace y se enaltece con el ingreso, ahora como Individuo de Número, de la doctora Patricia Rosenzweig, pues que sus conocimientos enriquecerán aun más los postulados multidisciplinarios de esta Corporación. En nombre de todos los integrantes de la Academia de Mérida, doctora Patricia Rosenzweig, le doy esta segunda bienvenida, y con el placer de quien le admira, le expreso: siga usted con la vehemencia de siempre, vigilando el curso de los astros, mirando ese cielo azul que todos vemos, en busca de su cúmulo estelar, pero ahora en compañía de nosotros, en esta Academia y desde esta “tierra duradera de hermosa forma esférica”, como la nombró Aristóteles. Muchas gracias. Adelis León Guevara.

Mérida, 18 de abril de 2018.

Dr. Adelis León Guevara

Academia de Mérida, Individuo de Número, Sillón 4.

 

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