Discurso del Presidente Dr. Ricardo Gil Otaiza*

En medio de la oscuridad de nuestros días y de la peor crisis de nuestra historia contemporánea, la Academia de Mérida abre sus espacios para remozar su Junta Directiva, y con ella sus esperanzas frente al futuro. Pero no se trata de una esperanza fútil, vana, nacida de la ingenuidad, sino de la certeza de tener por delante el espejo en el que la institución, el país y la sociedad se miran y otean también en el horizonte, sobre la base de su experiencia y su talento. Si tomamos como válido lo planteado en el viejo mito del eterno retorno, esbozado por Schopenhauer y luego consolidado por Nietzsche, estaríamos entonces en presencia de episodios vividos hasta el hartazgo por otras generaciones, pero que con la dinámica propia del fluir heraclitiano, paradójicamente quedan (o deberían quedar) desperdigados a lo largo de las corrientes de la vida. Ni más ni menos: círculos que fluyen en una dinámica incomprensible para la mente humana, pero que trae consigo alegrías y tristezas, progreso y horror. Nada permanece de manera estática, sino que en ese isócrono movimiento pendular los hechos van y vienen, y en el ínterin acontece la historia y el devenir de las generaciones.

 

 Ahora bien, nada llega por inercia. El movimiento pendular al que hice alusión no secuestra nuestros espacios ni compromete nuestro protagonismo. Los cambios sociales son activados, azuzados y catalizados desde la razón humana; pero a veces desde la sinrazón (la locura tiene también su propia historia universal). Desde el libre albedrío cristiano hasta las creencias que fundamentan que todo está milimétricamente determinado por fuerzas ajenas a nuestra voluntad, en ese amplio espectro de posibilidades que se abre, en ese hiato, entra el poder de decisión de las personas que apalanca la historia. En otras palabras: forjamos nuestro destino a pesar de las limitantes, de las variables independientes o constructos, y de las leyes universales. Y es precisamente allí en donde está nuestra posibilidad de revertir los signos de los tiempos. A esto debemos apelar en estos días difíciles cuando pareciera que todo está dicho, que nuestro futuro está conculcado, que nuestros sueños y esperanzas son falsas ilusiones y meras utopías.

 

Pero con desearlo no basta. Esto que aquí hablo no entra necesariamente en la categoría de la denominada Nueva Era, que establece en sus numerosos manuales de autoayuda desperdigados en todo el mundo, que con solo lanzar al universo nuestros más caros anhelos, regresan a nosotros convertidos en portentosas realidades (celebro por quienes así lo han experimentado). La realidad, nos lo dice la experiencia, madre de las civilizaciones, se construye paso a paso, sin que medien la fatiga y el cansancio, sin salidas intermedias, sin trochas que nos aceleren el tránsito, sin entelequias, sin falsos profetas, sin cartas que nos permitan asomarnos al futuro y echarnos sobre el sofá a esperar que se concreten las maravillas que nos aguardan en un idílico destino. La vida no funciona como se nos relata en El Coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez, cuyo personaje desgastó su fuerza y su talento (y con ellos su vitalidad y su aliento) a la espera de la carta oficial que le cambiaría su destino. No, distinguidos colegas y amigos, la realidad es la resultante de fuerzas tangibles como el trabajo y el empeño diario, pero también (y sobre todo) de fuerzas intangibles como los anhelos y los sueños más íntimos, que yacen en nuestro interior y que como llamas ardientes ubicadas en nuestras entrañas, nos impelen a cada instante a la acción. Ya nos lo dice Kim Woo-Choong, Fundador y Director de la Daewoo, en su libro El mundo es tuyo pero tienes que ganártelo que “la historia es de los soñadores”.  Pareciera una fórmula mágica, pero no lo es; es, eso sí: la égida de los sueños convertida en grandes realizaciones.

 

Nosotros: académicos, padres, esposos, docentes, religiosos y, en definitiva, ciudadanos, somos a cada instante llamados por la vida y las circunstancias a revelar los sueños. Muchos no escuchamos el llamado por estar entretenidos y obnubilados por las luces, la bulla y el desvarío; otros lo escuchan, pero se hacen los desentendidos, como si ocultar la realidad bastara para que no nos afectara en sus duras aristas y dimensiones ontológicas. Independientemente de la tarea que tenemos por delante, la vida nos impele a tomar partido, a enfrentar los desafíos, a batirnos en un día a día signado por la multiplicidad de factores que relativizan la existencia, porque como nos lo dice el gran escritor argentino Ernesto Sabato, en su libro La Resistencia: “Hay momentos decisivos en la vida de los pueblos como en la de los hombres. Hoy estamos atravesando uno de ellos con todos los peligros que acarrean; pero toda desgracia tiene su fruto si el hombre es capaz  de soportar el infortunio con grandeza, sin claudicar a sus valores”. Creo amigos, que este texto nos llega muy hondo a los venezolanos de hoy. Este debe ser nuestro compromiso en esta hora menguada de nuestra historia.

 

La Academia de Mérida, como institución plural y multidisciplinaria, única en su estilo en el país y en América Latina, no escapa al derrotero antes señalado, sino que como conglomerado de altos intereses intelectuales, científicos, artísticos y ciudadanos, busca con afán la hominización del Ser, la inserción del hombre y de la mujer en un contexto atrabiliario, sometido a múltiples variables y al impacto y la pertinencia de disímiles saberes en la vida de la región y del país. Esta institución, joven en comparación con las academias nacionales y sus pares regionales, ha conquistado en tan solo 25 años de trasiego existencial, una posición envidiable, señera y de avanzada en la conquista de las metas de un conglomerado especial como lo es el merideño, cuyas improntas de ser una entidad signada por lo universitario, lo clerical, lo cultural y lo atávico (la cultura campesina) hacen de nuestro sentir una amalgama que hemos dado por denominar con orgullo como merideñidad.

 

La merideñidad no es un fuego fatuo, ni mero snobismo, ni siquiera un absurdo orgullo fundamentado sobre cenizas. Es, qué dudas caben, un discurrir delicioso en las páginas de la historia; es olfatear a ojos cerrados los aromas de la tierra; es escuchar en medio del sosiego existencial el trinar de unos pájaros que llegan a tu reja para alegrarte los días; es beber a cada instante de una cultura atávica que busca desvelarnos por la vía de las artes, el rostro más bello de nuestros linajes y de nuestra gente; es el verdor y el colorido de las frutas y de las hortalizas que nos llegan de los campos vecinos, para recordarnos nuestros sencillos orígenes; es el latiguillo incisivo y preciso de nuestros hombres y mujeres de toga, birrete y borla; es el poema sublime y el texto profundo o divertido que nos llegan en la vieja lengua de Cervantes, de Quevedo y de Góngora; es el paisaje y la sierra contados por Carlos Chalbaud Zerpa, médico de oficio, pero historiador y andinista de raigambre sapiencial; es la mitra que corona la cabeza de tantos e ilustres obispos, arzobispos y letrados de Seminario, nacidos o no en nuestras tierras, pero cuyos pasos dejaron derramadas en nuestra historia múltiples huellas; es el incienso que se eleva en los altares como plegaria a un insondable infinito; es la pieza escultórica nacida de la sencillez de un trozo de madera de la mano de nuestros artesanos; es la capilla esculpida por Juan Félix Sánchez en la ingenuidad de la piedra; es la sierra elevada y portentosa eternizada en la pluma de Don Tulio Febres Cordero; son sus ríos torrentosos que bañan la meseta y cuyos cantos fueran invocados por las inolvidables voces de Mariano Picón-Salas, Pedro María Parra, Bernardo Celis Parra y Emilio Menotti Spósito; es la historiografía moderna puesta al servicio de la ciudad y del país en la pluma universal y docta de un Caracciolo Parra Pérez; es la prosa certera y la oratoria perfectas de José Humberto Quintero, primer Cardenal de Venezuela; es la ciencia y la duda metódica de una figura de primera magnitud como la del doctor Diego Carbonell Espinal; es la crítica literaria acerba e incisiva de Gonzalo Picón Febres; es la poesía sublime de Antonio Spinetti Dini, de Jesús Serra y de Adelis León Guevara; es el poema hecho canción de Hildebrando Rodríguez; es la cabeza ordenada y el amor y la pasión por el lar nativo de un William Lobo Quintero; es la estatuaria de Manuel de la Fuente erigida en emblema y en arquetipo de la ciudad; es la obra polifacética y el pensamiento filosófico del recordado amigo Pbro. Néstor José Fernández Pacheco; es la pasión educativa erigida en sueño conquistado de nuestra Paulina Pérez de Maldonado; es la enseñanza como pasión de vida de nuestra Teresa Manrique; es la rebeldía y la heterodoxia transformadas en obra social de nuestro Jacinto Plaza; es la simpatía y la aguda inteligencia del Pbro. Ignacio Villa Vieira; es la estulticia de la loca Amalia y de Nancy: la ocurrente e hipotética “fiscal de tránsito” a la sombras. Son los famosos pesebres de Pedro Zerpa en El Espejo y del maestro Rafael Albornoz de Ejido; son las maravillosas paraduras del Niño Jesús aposentadas a lo largo y ancho de la cordillera andina; son las barquillas y los helados de El Gran Detal; son los Long Play de la Discoteca Internacional; son los trajes a la medida del “Mago de la Tijeras”; es la voz grave y crítica de Enrique Dubuc, fundador de Radio Universidad; son los pastelitos del sector San Benito; es el pan de la Panadería Lamus y el de La Merideña; son las máquinas de coser Singer de La Chiquita; son las bicicletas de mi tío Gilberto Otaiza Osuna.  Es, en definitiva, la impronta de nuestra gente que hizo de Mérida -y durante largos siglos- un lugar de ensueños.

 

Mérida y su Academia son ya un binomio indisoluble: una certeza que se hace realidad cada miércoles en la tarde, pero también todos los días cuando en sus espacios se pasean decenas y decenas de visitantes, estudiantes, pasantes, turistas, etcétera, en busca de sus inmensas potencialidades académicas, científicas y culturales. Una amalgama indisoluble por la vía de la realimentación de sus actividades y necesidades más perentorias. Una dupla sinérgica que busca mayor pertinencia e impacto en la sociedad. La Academia se ha anclado ya en el corazón de la ciudad, se haya inserta en sus más profundos afectos, en su mirada plural, en la búsqueda constante de referentes para la comprensión de una realidad exigente. La Academia se ha erigido en voz contundente, en referente epocal, en pieza clave de un contexto que la ha asimilado y amalgamado como a una de sus más importantes instituciones. Y todo esto ha sido posible gracias al esfuerzo de muchos: al empeño de sus fundadores de otorgarle a la ciudad y a la entidad un nuevo motor de progreso; al de sus miembros, quienes desde 1992 se constituyeron en una corporación abierta, inteligente, a la conquista de nuevos horizontes. A su personal administrativo, técnico y obrero, siempre consustanciado con los intereses de la gran institución que los cobija. A los factores políticos, gremiales, religiosos, académicos, artísticos y empresariales que la asumieron muy pronto como a un eje aglutinador de la vida regional. Todos han dado a lo largo de este tiempo su contribución para hacer de la Academia de Mérida lo que se planteó en sus objetivos teleológicos: ser institución clave en la vida de la ciudad y del estado.

 

Esta tarde estamos reunidos para renovar promesas y cuadros directivos, para recordarle al país que lo único permanente es el cambio, para remozar el rostro de la institución y, con él,  el de los sueños que la abrigan. La nueva Junta Directiva que hoy toma juramento y posesión de sus cargos, nace de la voluntad democrática ejercida mediante el voto secreto por parte de cada uno de sus Individuos de Número y Miembros Correspondientes Estadales, quienes contestes con los logros alcanzados en los dos últimos años, han decidido darnos un nuevo voto de confianza para poder continuar con nuestros empeños de llevar a esta institución por senderos expeditos. Si bien los cargos que hoy ostentamos son de elevada responsabilidad y requieren de nosotros tiempo y voluntad, no representan para ninguno ganancias crematísticas ya que son ad honoren. Y es importante resaltar este aspecto en momentos en los que en este país pareciera que ya nadie da algo a cambio de nada, en el que nos arropa la cultura del “cuánto hay para eso”, en el que el lema fundante de nuestro ahora es “sálvese quien pueda”. Es más, para decirlo con claridad, quienes formamos parte de esta institución tenemos que hacer un permanente ejercicio de desprendimiento, ya que a cada instante debemos sortear sus escollos financieros para cubrir sus más elementales necesidades mediante aportes pecuniarios de nuestros propios bolsillos. Pero lo hacemos gustosos, a pesar de formar parte de la depauperada casta académica, ya que con ello contribuimos a sustentarla en sus ingentes tareas a favor del colectivo.

 

De más está expresarles a la inmensa mayoría de los académicos nuestro agradecimiento por la confianza depositada con su voto. No los defraudaremos. A cada uno de los nuevos directivos y a quienes hoy renuevan sus cargos, les deseo el mayor de los éxitos en sus funciones, que como se comprenderá será el éxito de la organización. En lo personal deseo retomar la invocación inicial de este acto, realizada por nuestro ilustre y querido Cardenal, para pedirle a Dios Todopoderoso nos conceda la fuerza y el tesón necesarios para caminar sin tropiezos, para llevar a esta noble institución académica por senderos de entendimiento, para que sea un espejo de lo axiológico en el que se vea reflejada una sociedad enferma, angustiada, expectante frente al futuro. Para que nos otorgue salud y energía para entregar dentro de dos años este pebetero que hoy recibimos y mantenemos con una llama ardiente, en una fuerza incandescente, inusitada y poderosa que sea ni más ni menos el remedo de los corazones de cada uno de nosotros. Que les podamos decir a los que vendrán, junto a nuestro Eugenio Montejo, en su Alfabeto del mundo (1986): “Por esta calle se va a Ítaca y en su rumor de voces, pasos, sombras, cualquier hombre es Ulises. Grabado entre sus piedras se halla el mapa de esa tierra soñada. –Síguelo.”

 Muchas gracias.

  • Profesor e Investigador Titular (J) adscrito a la Cátedra de Farmacognosia de la Facultad de Farmacia y Bioanálisis de la ULA. Ex decano (2002-2005). Escritor con 34 libros publicados. Columnista del diario Frontera de Mérida y de El Universal de Caracas. Presidente reelecto de la Academia de Mérida.
Total Page Visits: 1601 - Today Page Visits: 2

0 comentarios

Deja una respuesta

Marcador de posición del avatar